Asombro y dolor sentimos los ecuatorianos ante los atroces sucesos de violencia vividos en estos días, producto del machismo y la xenofobia. El machismo considera a la mujer un objeto, una propiedad del varón, que carece de libertad y está destinada a estar en casa y cuidar de los hijos. A esa concepción responden los espantosos comentarios en redes sociales que culpabilizan a Martha por no haber estado en su casa e ir a una reunión social o a Diana Carolina por meterse con un extranjero. Y no es ajeno al cuadro que hemos vivido el comunicado presidencial ––la más desafortunada declaración que haya hecho Lenín Moreno desde que es Presidente–– que culpabilizó a los venezolanos y ordenó revisar su situación a unas “brigadas” con fétido tufo de fascismo.
En realidad, todo esto es signo de una enfermedad que corroe por dentro al Ecuador. Una enfermedad cuyos síntomas son los femicidios, la xenofobia, los linchamientos colectivos o la violencia entre niños de 12 y 14 años por galletas (en Riobamba, con muerte del mayor por perforación del pulmón).
“¿Cuáles son los factores que han vuelto tan violentos a los ecuatorianos y cómo contrarrestarlos, antes de que sea demasiado tarde?”, preguntaba un amigo en un chat. Cuando respondí que entre esos factores estaba la anomia, el amigo respondió que en el Ecuador no hay anomia, si acaso hipernomia. Pero yo no me refería a que falten normas ––que, en efecto, son sobreabundantes en el Ecuador––, sino al contenido que dio a este término el sociólogo francés Emilio Durkheim para señalar aquella enfermedad de la sociedad que deja de respetar las normas morales y jurídicas.
Como dice el Diccionario de la Política de Rodrigo Borja, la anomia “produce un estado de descomposición social muy peligroso porque se desvanecen los parámetros más elementales del comportamiento social y las personas terminan por no distinguir lo lícito de lo ilícito, lo permitido de lo prohibido, lo bueno de lo malo”. Las razones que señala Borja para que esto ocurra muchos las hemos pensado en estos días: “la corrupción de los mandos políticos que causa el deterioro de los valores ético-sociales en que se sustenta la vida de la sociedad. Y como este es un mal contagioso, los ciudadanos encuentran cada vez menos razones para conducirse éticamente si sus gobernantes y las personas de visibilidad pública no lo hacen”. Otras son la ilegitimidad de las instituciones o “el desprestigio de las instituciones políticas y su falta de credibilidad y respetabilidad”.
Lo que debe hacer Moreno no son brigadas sino arreglar, de urgencia, la inoperancia de la policía, la fiscalía y los jueces y, sobre todo, terminar con la impunidad de los corruptos (entre ellos, la de Correa y su mafia y también la de los policías, fiscales y jueces). Solo así se curará este país enfermo.