La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) acaba de concluir su reunión cumbre en La Habana, Cuba, y presidida por el jefe de Gobierno del país anfitrión:el dictador Raúl Castro. El ente regional promueve la integración y el desarrollo. Se trata de 33 naciones que, con una población de 600 millones de habitantes, aspira a conformar un espacio común.
Si ello se lograra, se trataría de la tercera potencia económica del mundo. Pero la realidad es bien distinta. En medio de una maraña de retórica inútil y de una diversidad innecesaria de instituciones que se duplican, la integración latinoamericana parecía hasta no hace mucho avanzar tan sólo en la política. La notoria pérdida de influencia de la izquierda bolivariana, al hacerse inocultable el fracaso de sus estrategias, ha afectado seriamente el preocupante avance que se insinuaba.
En lo económico, las visiones de los países son disímiles. Mientras los del Pacífico abrazan la economía de mercado y la libertad de comercio, los del Atlántico se encierran en sí mismos y recurren al dirigismo y al proteccionismo. Algunos, como Venezuela y la Argentina, preocupan hoy seriamente al mundo porque evidencian el hundimiento de “modelos” mientras buscan a terceros a quienes culpar de sus propios errores. Están empantanados en una altísima y destructiva inflación, pérdida vertiginosa de reservas, fuga de capitales y una sustancial ausencia de inversión externa.
Es lamentable que, en un esfuerzo por alejarse de los EE.UU. y Canadá, la región haya decidido que la ausencia de democracia no es óbice para la integración que procura. Ello supone aceptar las dictaduras marxistas gobernadas por partidos únicos, pese a que pisotean constante y abiertamente los derechos humanos y las libertades civiles. Precisamente, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al reunirse con Raúl Castro, se refirió a las detenciones arbitrarias de los opositores y le pidió públicamente que su país ratifique los pactos de derechos humanos que suscribió. Cabe presumir que no ocurrirá. Venezuela ha abandonado el ámbito del Pacto de San José y dejado a su pueblo sin defensa a nivel regional ante organismos independientes.
El secretario general de la OEA, el socialista José Miguel Insulza, explicó que su presencia debía entenderse como un “gesto de aproximación” a Cuba, expulsada de la organización regional en 1962. Y señaló que hacía votos para que a la tímida “apertura económica” cubana, que sólo ha logrado que el 9% de su fuerza laboral pueda actuar en el sector privado, le siguiera una de carácter político.
Luego de notorias desavenencias acerca de la declaración final, ésta se limitó a la retórica, condenando la especulación financiera y la pesca ilegal o declarando a la región “zona de paz” sin armas nucleares, lo que no es una novedad, además de respaldar “los legítimos derechos argentinos” por las Islas Malvinas.