El entusiasmo por cambiar nombre a todo o de refundar lo que existe no es extraño. Hay una grafía que se repite a cada rato y que proviene del latín ‘revolutio-onis’, es decir revolución, cuya primera acepción es “acción y efecto de revolver o revolverse”.
Da la impresión que no todos atienden la primera acepción y quieren revolver todo, hasta lo que ya está bien revuelto. Algunos países han vivido el segundo significado de esta palabra según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): “Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”.
Todo esto porque llamó mi atención un reportaje que publica la revista Vanguardia nro. 387 (21 de abril del 2013) titulado ‘La cultura según la revolución’, en el que se advierte que a primera vista el plan gubernamental para el período 2013-2017 aparenta ser benévolo, sin embargo, hay algunos temas preocupantes como el de la nueva matriz cultural.
El mismo DRAE anota que cultura es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Por esta razón comparto plenamente lo que dicen varios personajes del ámbito cultural que fueron consultados por Vanguardia, especialmente el criterio de Ariruma Kowi, director del área de letras de la Universidad Andina. El catedrático no ve muchas diferencias entre la visión que sobre lo indígena tuvieron los españoles.
Dice que desde sus prejuicios “nos ven como personas sin civilización” y ya han pasado cinco siglos en los cuales ha estado presente la propuesta de matriz cultural civilizatoria. El resultado en el transcurso de estos cinco siglos es “la agudización de la pobreza de las comunidades” y el debilitamiento de su matriz cultural.
Esa experiencia, señala Kowi, se vivió en los años 50 y 60 con algunas misiones extranjeras que tenían la visión de ayudar al indio para que salga del subdesarrollo y de su pobreza. Se construyeron entonces casas de cemento y zinc para que el indígena abandone su choza.
Recuerdo hace muchos años, cuando trabajaba en televisión, entramos a una comunidad indígena a más de 4 000 metros de altitud. Compartimos casi una semana dentro de una choza que era la cocina, el dormitorio y el criadero de cuy de la familia que nos acogió.
Como advierte el catedrático de la Universidad Andina, en los páramos las casas de cemento y zinc fueron un atentado a la salud de la población porque el material no protege del frío en la noche ni del calor al mediodía. La choza construida de barro y paja permite que en la noche se conserve el calor del día y que el día sea más fresco.
Las matrices culturales andinas han permitido a los indígenas sobrevivir a muchos intentos de “civilización” y eso ha evitado que los pueblos desaparezcan, anota Kowi. Por todo esto, cuidado, no todo cambio es revolucionario y la cultura es un tema muy delicado que no merece ninguna clase de experimentos.