La Revolución Ciudadana está distante de las manifestaciones del alma. Toda revolución ha provocado magníficos testimonios culturales. Los círculos artísticos e intelectuales han sido los promotores de las transformaciones a favor de las causas populares. Desde la cultura, se ha despertado el jolgorio por el cambio.
Los cantantes, teatreros, bailarines, pintores, poetas e intelectuales han marchado a las plazas para gritar su mensaje. Los trovadores de las luchas sociales se han levantado en cada esquina para decir la voz de la insurrección.
Basta revisar los cantantes que aparecieron en Chile con el triunfo de Salvador Allende: Inti Illimani, Quilapayun, Víctor Jara, Isabel Parra, Ángel Parra y más. En Cuba la lista es interminable, la revolución concibió cientos de voceros de combates y anhelos, vale mencionar a Carlos Puebla, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre los más populares. Nicaragua lanzó a Carlos Mejía y los de Palacaguina. México se atiborró de corridos maravillosos para saludar a Emiliano Zapata o Pancho Villa.
En las letras, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal empujó a los Sandinistas. Pablo Neruda fue el mejor seguidor de la Unidad Popular en Chile. En Cuba se acercaron desde adentro y desde afuera, quizás García Márquez es el más emblemático. Mariano Azuela, el gran mexicano, de Los de Abajo, se convirtió en el apologista de esa sublevación.
Nuestra revolucioncita es mustia. Algo extraño ocurrió. Los pensadores y artistas le han dado la espalda a esta propuesta de cambio. El Gobierno no ha tenido esa magia de entusiasmar, de prender y promover. Han asfixiado el sentimiento artístico. Los actores culturales se han quedado enclaustrados.
No tenemos una canción surgida desde estos tiempos de supuestos cambios, no tenemos un cuento, una novela, una de obra de teatro. Tenemos un viento enmudecido.
En algunas ocasiones, el Presidente ha hecho gala de sus capacidades melódicas ante masas y colaboradores. La tarima ha sido el escenario para entonar canciones de los 60 ó 70, de eso que decíamos canción protesta o canción social. Ha sido una manifestación poco original de colmarnos de nostalgia y nada más. No ha existido respuesta. Nadie se ha motivado.Tengo la impresión que los intelectuales tienen desconfianzas y desazones. El Gobierno es arrollador y va demoliendo a su paso la precaria institucionalidad. En este empeño se propone acabar, incluso, con el pensamiento .
Y en este afán devastador ya van con tranca y macana a destruir la única institución majestuosa y trascendente que ha dado el Ecuador del siglo XX a América y el Mundo: La Casa de la Cultura Ecuatoriana.