Una noticia como antecedente: la Federación China de Tenis de Mesa denuncia un mal escondido en el deporte de ese país, que se expresa en “la preocupación por la creciente ‘cultura tóxica’ que se expande en el mundo, a raíz de los Juegos Olímpicos de París 2024”.
Pese a que los deportistas chinos ganaron cinco preseas en ese deporte, la “preocupación” estriba en el caos producido por el fanatismo, que ha impactado en la formación de sus atletas y las competencias, así como en sus vidas personales. El caso de los atletas chinos no es único, porque se ha observado esta tendencia con atletas de otros países.
Esta información refleja la situación que vive la humanidad en el siglo XXI, acosada por fuerzas oscuras -asociadas a ciertas tecnologías que conectan a las personas sin control- al privilegiar el anonimato y la “cultura tóxica”, que discrimina, manipula y genera corrientes de opinión marcadas por la violencia.
Y no es exagerado inferir el caos detectado en el ámbito deportivo, en otras disciplinas como la política, la economía, el ambiente, el arte, la salud y la religión, inclusive. La “cultura tóxica” se expande de manera desordenada por todos los espacios, con base en la conectividad social, que incide en el contexto sociocultural y los valores que vivimos.
Todo estaría “contaminado”, según los expertos. Y nadie quiere o está en capacidad de enfrentar esta problemática, mediante la deconstrucción del mundo, que ha caído en una peligrosa encrucijada, con toxicidades en todos los niveles. A la falta de líderes globales, regionales y nacionales se une la inopia y anomia de los Estados y de los ciudadanos, que no permiten ignorar las obscuridades e incertidumbres, donde están instalados los traumas generalizados de nuestro mundo.
La crisis de nuestro tiempo no se solucionará con leyes ni decretos, sino con una nueva revolución revestida de autenticidad que predique y practique un nuevo paradigma, y supere, progresivamente, la “cultura tóxica” que socava la salud mental y social de la humanidad; en especial, la cultura patriarcal, el materialismo asociado al egoísmo y la codicia, el aislamiento y la cultura racista.
La sociedad anómala que hemos construido, deberá superar las heridas psíquicas -las guerras, la pobreza y la exclusión-; todas las enfermedades físicas y morales, las pandemias y la indiferencia, y que los puntos ciegos de la cultura permitan ver pronto la luz. ¿Otra utopía?