Mejor no imaginar el diálogo entre el músico nacido en Armenia, naturalizado ecuatoriano, autor de tres sinfonías, director de varias orquestas, entre ellas la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, con los representantes de la Asamblea Nacional. La conversación giró en torno al arte y la necesidad de cambiar su contenido burgués para ponerlo al servicio del Estado. Debió ser una discusión absolutamente infructuosa; ¿imaginan a David Harutyunyan tratando de convencer a sus interlocutores de la necesidad que tiene el artista de crear desde lo profundo de su alma o desde los dictados de su inspiración?
“Pero maestro, usted quiere hacer lo que le da la gana”. Más o menos en esos términos, según una entrevista que publicó diario El Universo en diciembre del 2016, explicaba el maestro el diálogo que tuvo con los brillantes asambleístas; no sirvió de nada, la Ley de Cultura fue aprobada tal como fue concebida. Un maestro-compositor, lo mismo que un artista plástico, no necesitan de un tutor estatal que le diga cómo crear. Si hubiese sido el Partido Comunista el que guiara a Nureyev o le dijera cómo presentarse en el escenario, la humanidad jamás habría presenciado el talento del bailarín de ballet.
Fue descarada la censura a Dmitri Dmítrievich Shostakovich con su ópera Lady Macbeth de Mtsensk, basada en un drama de Shakespeare. Cuenta Julian Barnes en su novela ‘El ruido del tiempo’ que al Partido Comunista soviético nunca le gustó esa obra porque uno de sus personajes representaba a una vulgar prostituta.
Instrumentalmente los burócratas del partido también consideraron a la ópera como desviacionista, decadente y ruidosa. Esa conclusión la sacó el diario Pravda al día siguiente de que la obra fuera presenciada por Stalin desde un palco y cubierto por una cortina para no ser visto.
Lady Macbeth de Mtsensk estuvo proscrita durante dos décadas, incluso tras la muerte de Stalin, el mayor representante de lo que se denomina culto a la personalidad o adoración al tirano. Pasaron dos años más de veto porque los camaradas del partido insistían que la obra sea modificada. Pero Shostakovich se negaba; y todo cambió cuando el compositor se rindió al culto a la personalidad y se afilió al Partido Comunista, con el que siempre había guardado distancias de conciencia.
Era difícil para el compositor crear en un país en el cual Lenin consideraba a la música clásica deprimente, Stalin creía comprenderla, pero la apreciaba y Nikita Jruschov la despreciaba. Otros músicos que no rindieron culto a la personalidad fueron Stravinski y Prokofiev. La afiliación de Shostakovich a las sagradas filas del comunismo soviético permitió salvar su música, pero uno de sus hijos confesaría que a su padre solo lo vio llorar dos veces: Cuando murió su esposa y cuando se afilió al Partido Comunista.
@flarenasec