Es la disposición – y concreción – del individuo para realizarse en sus proyecciones ética y estética, permitiendo catalogarlo como ser humano titular de valores y cultura dignos de encomio. Es dominio inmaterial de la existencia, que la Escuela de Frankfurt lo identifica con la cultura. Lo extrapolamos a los factores de manifestación de la persona en su circunstancia interna y relaciones para con la colectividad.
Cultivarse es despojarse de la “alienación” impuesta por una sociedad castrante de la individualidad, que impone modos de pensar y actuar sin independencia, para convertirnos en pieza de engranaje de cánones dictados por principios deshumanizantes. Es el conjunto de elementos por los que el hombre sintetiza una “personalidad armoniosa”.
El mortal descultivado, en exteriorización de enredos, complejos y rechazos que han marcado su vida, tergiversa fustes en ánimo de marcar territorio aun a costa de su propia moral. Un caso en particular dañino es quien ante el fracaso no admite el éxito de otro, y emprende en emplazamientos maliciosos ignorando adrede las consecuencias de su conducta.
El descultivado es un ente de espíritu vulgar. Su ánima se ve empobrecida. Vive “espiritualizado” de convicciones malsanas… se resiste a aceptar su ordinariez. Es el poseedor de exagerado instinto de mantenimiento y adquisición de poder, a sabiendas de que lo perdió por su propia mediocridad. La ambición es su norte; no tiene pudor ni vergüenza… actúa sin magnanimidad ni magnificencia.
Al referirse a la acción cultural, que para nosotros es la manifestación estética de la “cultivización”, G. Simmel afirma que las realizaciones y receptividades del hombre no deben ser confundidas con el “desarrollo de nuestra totalidad interior”. La expresión cultural posee un aspecto genérico, dado por directrices objetivas del medio en que se produce la actividad; y uno subjetivo en que el alma alcanza existencia a través de valores que se encaminan hacia la plasmación de la personalidad.