Insólita reacción la del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al culpar al modelo neoliberal por la muerte de Fátima Aldrighett, una niña de siete años. El 11 de febrero la menor salió de su escuela en manos de una desconocida. La madre de Fátima se atrasó para recogerla y llevarla a casa. Cuatro días después, el cadáver de la niña fue hallado dentro de un costal envuelto en una funda plástica a pocos kilómetros de las escuela. La autopsia reveló evidencias de violación y tortura. El crimen atroz ha causado indignación en el país azteca. Y la reacción del Presidente, muestra las anteojeras de una ingenua ideologización.
La vinculación automática de la violencia y un modelo económico-político resulta una falacia. Bastaría observar que uno de los países con más altos índices de peligrosidad y violencia social es Venezuela que, en los últimos veinte años, con Chávez y Maduro en el poder, ha experimentado un modelo político-económico estatista en las antípodas del neoliberalismo; echar la culpa a este de todos los males y taras de la sociedad se ha convertido en un lugar común en el discurso de ciertos políticos en América Latina.
En México mueren en promedio diez mujeres cada día, cifra que representa el 10% de los homicidios por cada 24 horas en todo el país. En los últimos cinco años, se registraron 3 578 feminicidios. Estos altos índices no se han reducido en más de un año del gobierno de López Obrador; por el contrario, se han incrementado.
La violencia contra la mujer hunde sus raíces en deformadas y crónicas prácticas sociales y culturales y en relaciones desiguales de poder, que ocupan parcelas más distantes y no exclusivas de las de los gobiernos neoliberales.
La violencia contra niñas, niños y adolescentes los afecta con independencia de su condición económica y social, aunque corren más riesgos quienes se hallan más vulnerables por abandono, negligencia, marginación, discapacidad, migración, desplazamiento forzado o contextos de violencia armada, señala el informe de 2019 de la Unicef con las estadísticas de esa violencia en México.
En el caso de Fátima como en el de miles de niñas víctimas de la violencia en escuelas, comunidades, instituciones encargadas de su cuidado o dentro de los propios hogares, se revelan las negligencias concretas que pueden conducir a la desaparición y el crimen, como la falta de cuidado y seguridad elementales en la escuela para permitir que la niña saliera con una persona no autorizada para recogerla o la demora de las autoridades estatales para iniciar la búsqueda de la niña desaparecida… Las debilidades de las políticas de protección y prevención para cortar la violencia infantil son una lacerante realidad no solo en México sino en la mayoría de países de América Latina.