Cuba: verdaderos protagonistas

El aire acondicionado ronroneaba detrás de mi espalda, mientras el olor a quirófano se me pegaba en la ropa. Sobre la cama, el cuerpo enflaquecido de Guillermo Fariñas exponía las consecuencias de 134 días sin ingerir alimentos. Me quedé mirando largo rato los catéteres que llevan a sus venas el suero que lo mantiene vivo y los antibióticos para frenar las múltiples infecciones. Hace apenas un par de días que Coco -como cariñosamente le dicen sus amigos- anunció la posposición de su huelga de hambre para dar tiempo a que se cumplan las excarcelaciones de presos políticos. El primer sorbo de agua que tragó después de tanto tiempo provocó en su reseco esófago, la sensación de una lengua de fuego que lo quemaba.

Con las secuelas de un período tan largo de inanición, volver a beber y comer no le garantiza la sobrevivencia a este psicólogo y periodista independiente. Su salud está deteriorada hasta el límite, consecuencia de haber hecho con anterioridad otras 22 huelgas de hambre, una de ellas de casi siete meses y en la que exigía acceso libre a Internet para todos los cubanos. Nadie puede saber a ciencia cierta si Coco Fariñas logrará estrechar -en un futuro cercano- la mano de esos prisioneros que él ha ayudado a excarcelar con su determinación. Un trombo caprichoso se ha instalado en su vena yugular, las bacterias y los gérmenes se ensañan con su sangre y un intestino apergaminado -por no usarse- apenas si logra contener la flora que se le derrama hacia el abdomen. El héroe de la batalla por la liberación de 52 disidentes y opositores se la verá difícil para ganarle esta contienda a la muerte. A ese hombre que retó a un gobierno al que nunca lo ha caracterizado la clemencia le espera un camino difícil para vencer sus dolencias físicas.

Justo en la primera madrugada después de anunciar que posponía su huelga de hambre, la familia de Guillermo Fariñas me permitió quedarme a cuidarlo en la sala de terapia intensiva del hospital de Santa Clara. Ninguno de los dos pudo dormir; él con una punzada en la ingle alrededor de la herida que la alimentación parenteral le dejó, yo con el temor de que después de haber llegado tan lejos fuera a morirse esa misma noche. Regresé a casa triste y cansada, rodeada de anuncios optimistas sobre los presos que saldrían de las cárceles, pero con la convicción de que para Fariñas la cruzada por la vida recién comienza. Me pregunto cómo ha sido posible que nos hayan cortado todos los caminos de la acción cívica hasta dejarnos apenas con nuestros cuerpos para usarlos como estandarte, pancarta, escudo. Cómo es que este hombre dicharachero, agudo y profundamente humilde terminó negándose a tragar el sustento en aras de presionar a nuestras autoridades a sacar de las cárceles a quienes nunca debieron estar dentro.

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