Los gobiernos autoritarios o las dictaduras no pueden evitarlo y siempre acudirán a sus dos armas favoritas: el miedo y el silencio.
El miedo lo siembran desde casi el principio de su gestión: persecución política, judicial, económica. En otras palabras, desprestigio y encarcelamiento de adversarios, presión para despidos o para quebrar empresas, juicios con acusaciones gravísimas, exilio forzado, ataques físicos como si se tratase de delincuencia común, asesinatos y otros miles de formas. Y para difundir estas maniobras -al menos las que aterrorizan más y ayudan al sometimiento de la población y su autocensura- usan cuanta herramienta de difusión tengan a su alcance.
El silencio, que corre paralelamente con el miedo, lo logran también apoderándose de los sistemas de comunicación de un país a través del cierre de medios, generación de algunos otros, alianzas con unos cuantos más, ataques cibernéticos a los que funcionan en la web… sin dejar de lado las polémicas que desatan en las redes sociales ( X, Instagram o FaceBook, entre otras) o en los sistemas de mensajería instantánea (WhatsApp), con el objetivo de exacerbar ánimos, lo cual facilita el manejo emocional de la población, para lograr una más rápida y efectiva polarización y facilitar la implementación de campañas de desinformación.
Estas últimas, no hay que olvidarlo, a más de generar miedo, siempre son de manipulación y de beneficio para alguien. Son, en otras palabras, tramposas, calculadas, inescrupulosas.
Si entendemos el papel que juega la comunicación bajo lo antes expuesto, se puede apreciar más fácilmente por qué Nicolás Maduro declara la guerra a Elon Musk, dueño de X. O, por qué considera como su nuevo “archienemigo” y acusa a los productos de Meta (Instagram particularmente) de ayudar o apoyar a “los fascistas”, que son la oposición y la voz en contra del fraude electoral venezolano.
Los discursos o los relatos que se manejan en una sociedad deben ser para cohesionar, para dejar un registro lo más exacto posible de un hecho, para discutir en pos de construir un país. No en vano se habla de salud democrática cuando hay discusión pública basada en hechos y transparencia, cuando las libertades de expresión y de información están garantizadas y que, desde hace un buen tiempo, se exige en países como Venezuela, Cuba o Nicaragua.