Criticar a Maradona

En el año 1967 el francés Guy Debord publicó “La Sociedad del Espectáculo”, en el que presenta a una sociedad en la que la realidad es reemplazada por situaciones construidas, máscaras fabricadas que hacen -casi- imposible identificar realidad y representación, en la que el público, todos nosotros, llega a confundir realidad y ficción, y termina juzgando sólo las apariencias.

La Sociedad del Espectáculo resultó un libro premonitorio, además con correlato en cada uno de nosotros, esto es descrito por los neurocientíficos como el “yo” que experimenta y el “yo” que narra, lo que hacemos y cómo lo explicamos, casi siempre encontrando “justificaciones” a nuestras acciones, tapando nuestros errores y presentándolos como aciertos. Relatos en los que “racionalizamos terribles errores de juicio”, al final la sociedad juzga lo que ve.

La semana pasada asistimos a esa representación de la realidad, la muerte de Diego Maradona desató de forma exponencial las reacciones basadas en esa dualidad entre el futbolista, el personaje producto de la sociedad del espectáculo, el que muchos sentían como suyo porque representaba una historia desde su origen humilde, un éxito deslumbrante y una caída dolorosa, producto de las adicciones y sus excesos, que lo convirtió en ídolo de millones; nfrentó al poder del fútbol, aunque aceptaba sus invitaciones a los mundiales con todos los gastos pagados, y que hablaba de su opción por lo pobres, demostrando simpatías por Fidel Castro y el régimen cubano, declarándose amigo de Chávez o Maduro; al tiempo que disfrutaba de lujos increíbles gracias al dinero ganado en Emiratos Árabes Unidos; un ser lleno de contradicciones.

Muchas son las historias de sus acciones solidarias, se repasan sus goles, sus increíbles jugadas, se puede sentir el entusiasmo de quienes cuentan la felicidad que les provocó su fútbol, los campeonatos, sus triunfos. Es imposible no emocionarse con algunas expresiones de dolor por su muerte, con los cantos de despedida futbolera en Buenos Aires o Nápoles, con las muchas declaraciones de admiración y por la idolatría que claramente le profesan.

Con la idea de que mucho de la política es espectáculo y todo puede contarse desde diferentes ópticas, se ha presentado la violencia doméstica o sus declaraciones con tinte misógino, como un ataque de las élites y de los moralistas contra quien encarnaba al pueblo sin haber perdido su “conciencia de clase” o como la negación de un genio por parte de envidiosos, unos y otros con esto “normalizan” lo injustificable.

También es posible encontrar largos artículos que cuestionan el encumbramiento de un ser humano que se jactaba de ganar con trampa (el famoso gol con la mano), que siempre recibió justificación por sus excesos y violencia. Al final prefiero no sumarme a las voces de alabanza, aunque muchos crean que criticar a quien muere sea afectar su dignidad, pero el personaje público, el del espectáculo, no elimina lo que hizo el ser humano de carne y hueso.

Suplementos digitales