Las últimas decisiones de Cristina sobre las Malvinas y la nacionalización de YPF son inexplicables, sin poner como variable la inmensa ambición de poder que siempre ha acompañado a los esposos Kirchner. Inexplicables porque han mantenido las riendas del poder argentino nueve años seguidos. Porque apenas en octubre, Cristina fue reelegida para un nuevo período de cuatro años más y porque mal que bien ha logrado una economía boyante, a pesar de haberse ido sistemáticamente contra toda la prédica de los más importantes organismos internacionales. Hace apenas unos meses, un artículo en el New York Times saludaba el manejo heterodoxo de su política económica, por sus resultados. Su economía ha crecido 110% en los últimos 10 años…¿por qué entonces tentar tanto al destino?
Porque para políticos como los Kirchner, el poder no es un medio para llegar a un fin, sino es un fin en sí mismo. Los últimos tres meses, la administración K ha estado plagada de escándalos, tocando las puertas de la misma Vicepresidencia. Cristina en lugar de hacerse a un lado, emprendió–como es su costumbre- una cruzada contra los acusadores usando su poder en la justicia. Pero al mismo tiempo, la inflación se disparó, y, por supuesto, su nivel de aprobación bajó 18 puntos en apenas un mes.
Sintiéndose Galtieri en 1982, decidió jugar la carta infalible del nacionalismo. Y Las Malvinas es un tema interno donde perder es imposible. Nadie se atrevería a decir que Las Malvinas no deben ser argentinas, aunque ello signifique desconocer que en las islas habitan seres humanos. Pero la guerra no es una opción y cualquier dictamen internacional pasará por la única forma que se resuelve un caso sobre un territorio habitado en el siglo XXI: un referéndum donde los pobladores puedan escoger libremente si desean la nacionalidad argentina, británica o la independencia. No es difícil adivinar cuál será la decisión de los casi 3 000 malvinenses (en un 99% de origen inglés), a quienes se les ha prohibido por años hasta el derecho de anclaje en puertos argentinos.
Luego fue la nacionalización de la compañía petrolera YPF, hasta hace poco en manos españolas. Y no se trata del fondo, sino de la forma. Fue un error de otro peronista, Carlos Menem, haberla privatizado. La nacionalización podía haber sido un proceso tranquilo y bien pensado dentro del programa económico de los Kirchner desde hace algunos años, pero nunca lo fue. La decisión fue tomada entre gallos y medianoche, sin respetar la propia Constitución argentina y sin el mayor intento de contener la avalancha que esta decisión iba a provocar. El resultado está a la vista: Argentina aislada internacionalmente y su presidenta encerrada en su laberinto, aun cuando sus iniciativas pudieron haber tenido algo de comprensión si tan solo hubieran sido bien hechas. Cristina no debería ver las encuestas… tiende a dispararse en los pies.