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Crisis y recuperación

La primera década transcurrida del siglo XXI no ha dejado de estar impregnada de ciertas contradicciones. Arrancamos la centuria inmersos en una crisis descomunal para, después de diez años, a causa de otra lotería excepcional cerrar con el PIB más alto de la historia. No faltan argumentos para quienes tiene la tesis que, pese a todo, aún nos mantenemos a flote. El punto es que en una etapa en la que dos gobiernos terminaron abruptamente, que luego se instaló una constituyente y se juró refundar al país, poniendo en evidencia una de las mayores crisis políticas de la historia, la economía convaleció a todo eso. Quizás la sensación solo alcanza a la superficie y los problemas económicos subyacen en el fondo, con el riesgo que si no se toman medidas a tiempo que corrijan las deficiencias estructurales existentes, la vulnerabilidad cada vez es más alta. Es probable. De allí la preocupación que, si se reeditan circunstancias sobre los que no existen control, todo se venga abajo, esta vez con más fuerza que en ocasiones anteriores. Aún es el momento de actuar con cautela, mirar las experiencias de otros países de la región que se han fortalecido económicamente sin descuidar la parte social, para estar mejor preparados ante eventualidades que no sean tan favorables como las actuales.

Si bien la vigencia de lo estatal es importante no se puede descartar la participación de otros sectores de la economía. Si el Estado no deja espacio para la iniciativa privada o la hostiga con leyes que alejan a los emprendedores el aparato productivo se estanca, no crece, la inversión se ausenta sin que genere empleo. Si a esto se suma que, por desgracia el sector público se encuentre en determinado momento sin recursos para seguir inyectando a la economía, la reedición de una crisis empezará a tomar cuerpo, con mucho más fuerza que antes. Por esto la necesidad de actuar a tiempo para evitar lamentos.

Nada tiene más contenido social que la generación de empleo. Permite que las personas que obtienen ingresos por esa fuente sientan que pertenecen, con todos los derechos, al tejido social. Solo de esa manera se evitan las nefastas derivaciones de la exclusión. Esa es la manera adecuada de ir incorporando a la población a los beneficios que una sociedad preocupada por el bienestar de sus miembros debe brindar. Lo otro es mero asistencialismo que concluirá si no existen bases verdaderas que lo sostengan en el tiempo. Será rentable en términos políticos pero efímero, en esencia. Que lo digan si no las experiencias de tanto caudillo del populismo latinoamericano.

Siempre existe oportunidad de rectificar. La conducción de un país si bien requiere que se le ponga pasión también exige cabeza fría para elegir el mejor camino aún a sabiendas que aquello puede resultar poco popular. Eso, al final, distingue a los administradores de los verdaderos estadistas.