La grave crisis en Ucrania, que afecta principios fundamentales de la Carta de la ONU y garantías formales de respeto a la integridad territorial y no uso de la fuerza dadas a ese país en 1994, ha deteriorado seriamente la confianza mutua entre Occidente y Rusia.
La relación ha retrocedido a niveles no vistos desde la Guerra Fría. Los ámbitos normales de diálogo sobre seguridad, a través de la OTAN o bilaterales, están suspendidos. El daño es muy serio y ya ha debilitado, incluso en caso de que se logre contener la crisis, el marco cooperativo que predominó desde el fin del comunismo.
Esta preocupante situación tiene un impacto directo sobre el desarme y la no proliferación de armas de destrucción en masa.
Desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia redujeron progresivamente sus arsenales nucleares, que llegaron a sumar más de 65 000 armas atómicas.
En el 2009, el presidente Obama proclamó la aspiración de un mundo libre de armas nucleares y prometió una agenda concreta. Dos años después, EE.UU. y Rusia firmaron el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (New Start), que limita el número de ojivas nucleares y lanzadores desplegados por cada uno a 1 500 y 800, respectivamente, y tiene una duración prevista de diez años. Esto es positivo.
Sin embargo, el desarme nuclear sigue siendo tan prioritario hoy como antes del tratado, porque el amplio ‘stock’ remanente de armas atómicas representa todavía una amenaza existencial para la humanidad y porque existe el riesgo de que, en forma premeditada o accidental, sean detonadas. El costo en vidas y bienes de un incidente nuclear sería inconmensurable.
Washington y Moscú deberían tomar medidas adicionales, tales como reducir aún más sus arsenales nucleares, circunscribir a límites aún más estrechos las hipótesis para el despliegue y el uso de ese armamento, e introducir demoras y complejidades adicionales en los protocolos operativos. Deberían fortalecer las garantías de no atacar con armas atómicas a países no nucleares y renunciar expresamente a ser los primeros en usarlas. La doctrina rusa, en particular, contempla la posibilidad de un primer uso frente a un ataque convencional, algo que la propia URSS había rechazado.
Tales progresos solo serán alcanzables a través del diálogo y de negociaciones bilaterales. Nada de eso parece factible en el presente marco de tensión y desconfianza.
De hecho, está en duda la próxima renovación del acuerdo sobre Armas Nucleares Intermedias (INF), muy criticado por Rusia, que habría ensayado misiles de crucero y que resiente el escudo antimisiles promovido por EE.UU., así como ciertos desarrollos balísticos chinos. Esto podría afectar al New Start y dificultar la firma de un tratado subsiguiente con mayores reducciones.
Una continuada mala relación entre Occidente y Moscú eventualmente puede incidir sobre la política internacional de no proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas.