Después de la apurada abdicación o renuncia al trono del rey Juan Carlos, presionada por una evidente baja electoral de los dos partidos sustento del sistema, el Socialista Obrero Español y el Popular actualmente en el poder, se posesionó con urgencia su hijo Felipe II.
Esta monarquía ya se hizo parlamentaria cuando en los primeros años del siglo XIX invadió Napoleón su territorio, pidió la abdicación del rey Carlos IV, y apoyó la sucesión de Fernando VII, pero irrespetó cuando designó a su hermano José Bonaparte, Rey de las Españas e Indias.
Por eso, se constituyó una Junta Suprema en Sevilla que declaró la guerra a Francia en 1808, y se convocó a Cortes Extraordinarias con diputados de Virreinatos, Reales Audiencias y Capitanías Generales de América.
El resultado fue la Constitución de Cádiz de 1812 que abolió la monarquía absoluta y la transformó en parlamentaria. No se ejecutó por las guerras libertarias que dejaron libres a estos territorios americanos; tanto que, Inglaterra en 1825, reconoció como legítimos a los nuevos gobiernos.
En el siglo XX afrontó la grave crisis que dio paso al primer gobierno republicano, cuando renunció Alfonso XIII en 1931, el último rey Español de la época.
La República Española no pudo consolidarse y, en 1936 comenzó la guerra civil que concluyó en 1939 con el inicio de la dictadura de Francisco Franco hasta 1975, en que, a su muerte, asumió el poder el rey Juan Carlos, quien con su abdicación en junio último, logró que su hijo Felipe sea rey.
Esa monarquía está en el último tramo de su vida, porque paralelamente a la crisis económica desde hace seis años, hay corrupción, y necesidades mensuales de sueldos monárquicos por más de cuatrocientos mil euros.
Se ha calificado la abdicación como un intento de golpe de mano palaciego contra el derecho del pueblo para decidir su abolición, ya que siempre ese poder Real terminaba con la muerte, y no con esta sucesión que hace pública la crisis que padecen internamente los dos partidos que apoyan la monarquía.
Por eso, en las principales ciudades españolas, especialmente en Madrid, se han llenado plazas para expresar aspiraciones democráticas con banderas y gritos: “España mañana será republicana”. Nuevamente, como hace ochenta y cinco años, se reclama el fin monárquico y la convocatoria a un referéndum para vivir en democracia y reeditar a la II República de 1931, destruida por el apoyo del nazismo alemán, del fascismo italiano y del propio franquismo.
Estos son los elementos fundamentales que manejan las fuerzas antimonárquicas para que se cambie la actual estructura del Estado, por otra de vocación republicana; y además, se ha proclamado una plataforma contra la impunidad del franquismo, acusándole al rey Juan Carlos de no haber propiciado la apertura de expedientes por 150 000 desaparecidos, de no investigar las 2 000 fosas comunes, y olvidarse de los millares de exiliados.