Crisis bolivariana
En pleno siglo XXI es un escándalo que subsistan o se agraven problemas fronterizos, que los países vecinos cierren fronteras y se provoquen fugas de refugiados. Esa es, sin embargo, la lamentable realidad de Venezuela y Colombia en nuestros días.
Las causas del conflicto, desde luego, son complejas. Los hechos no son en blanco y negro como algunos la quieren ver, cargando las culpas a un solo lado. Los hechos vienen de antecedentes que se han desarrollado por años y no pueden adjudicarse a una situación coyuntural. Eso solo complica más las cosas.
En este problema hay cuestiones que son evidentes. Venezuela sufre un inocultable quiebre económico con un desabastecimiento crónico y el desangre de recursos por su frontera con Colombia, lo cual demanda que las autoridades tomen medidas para frenarlo. También, es verdad que en las zonas fronterizas se han creado condiciones para que operen y crezcan impunemente los paramilitares, con todas las consecuencias que ello trae.
Pero cerrar la frontera y perseguir colombianos, algunos de los cuales están asentados desde hace años en Venezuela, forzar a que la gente se desplace a pie cargando sus pocas pertenecías por una frontera extensa y peligrosa, suspender abruptamente una relación económica y social que ha existido por siglos, no es una solución. En realidad, viene a constituirse en modo de agravar el problema.
Ahora, ante la emergencia, más allá de reconocer la realidad y profundidad del conflicto, hay que buscar una solución duradera para la situación compleja. Para este urgente propósito, las posturas guerreristas y manipuladoras no ayudan. Más bien profundizan el enfrentamiento. Usar el problema para desviar a la opinión pública interna venezolana es negativo. Y, peor aún, no funcionará en el mediano y largo plazos.
De otro lado, tocar tambores de guerra, pedir una respuesta violenta por parte de Colombia no solo es un error, sino un acto expreso de mala fe y oportunismo. Álvaro Uribe es un guerrerista confeso que ha hecho una forma de vida el fomentar la violencia entre su propio pueblo. Sus propuestas no son soluciones, sino mecanismos para agudizar el conflicto.
Por ello, no queda otra alternativa, por difícil que parezca, que se acuda al diálogo para enfrentar la crisis. Como en otras situaciones de grave tensión internacional, la acción de los organismos regionales es necesaria. Unasur, por ejemplo, tiene un papel y una responsabilidad en este momento. Es una lástima que haya sido atacada junto con su Secretario General por varias figuras colombianas. Con ello, no se buscan arreglos sino que se profundiza el conflicto.
Más allá de las soluciones unilaterales que promueven el cierre de la frontera, que no puede durar largo, o la respuesta violenta, que solo creará mayor conflicto, la negociación es la salida.