Por estos días soleados vemos a un Cotopaxi con su nieve blanquísima y seductora. Pareciera que no tendríamos de qué preocuparnos, sobre todo si ya se ha derogado la alerta amarilla que se activó el 14 de agosto del año pasado tras el inicio de su proceso eruptivo.
En realidad, sí tenemos que estar en constante alerta y no bajar la guardia, porque el volcán, pese a que se ha estabilizado no ha regresado a sus niveles de actividad normales, es decir, a los que registraba hasta antes de abril, cuando el Instituto Geofísico detectó su reactivación.
La presencia de las fumarolas es solo un ejemplo de que aún tiene una perturbación interna. Ese comportamiento superficial era inexistente hasta antes de abril del 2015.
Lo más importante de esta relativa calma y tranquilidad que nos da el volcán es aprovechar este tiempo al máximo para seguir con los planes de prevención y la ejecución de las medidas y obras para reducir el impacto de una posible erupción si es que ocurriera.
Este es el momento para que las autoridades intensifiquen sus programas para preparar a la población que está amenazada por lo lahares que se pueden producir si erupcionara. Son más de 100 000 de las provincias de Cotopaxi, Pichincha y Napo, que están expuestos al peligro volcánico.
Este tiempo de respiro también es vital para la terminación de las obras que están en construcción y la ejecución de las que están pendientes. No hay que esperar que el Cotopaxi erupcione para actuar, porque cuando reactive nada se podrá hacer a última hora.
Entonces, la eliminación de la alerta amarilla no debe ser entendida como que ha pasado el peligro del Cotopaxi.
Este volcán de 5 987 metros de altura sobre el nivel del mar representa un potencial peligro desde que se reactivó. Si en estos meses no ha erupcionado lo hará en algún momento (no sabemos cuándo), porque su historial eruptivo nos indica que siempre que se ha despertado ha tenido un desenlace fatal sobre las poblaciones cercanas.