Luego de las experiencias bélicas del siglo XX, es imposible sostener que, a nivel mundial, todo seguirá igual después del coronavirus. Lo cambios empezaron cuando se aceptó la globalización de la pandemia y se dejó de considerar que solo era una “gripecita” como lo sostuvo el mandatario brasileño Bolsonaro.
A diferencia de los procesos bélicos que, luego de la paz impuesta, rehacían de manera radical el mapa mundial del poder, con este virus se atisban otras importantes modificaciones. Ya no se trata, como en Versalles en 1918, cuando se sustituyeron los viejos imperios – austro húngaro, prusiano y otomano- por nuevos estados, regiones o anexiones. Tampoco como en 1945 donde Roosevelt, Churchill y Stalin hicieron un nuevo traje para la Europa devastada e impulsaron la Guerra Fría.
En la actualidad se puede advertir que la velocidad del fenómeno causa importantes cambios. El espectacular protagonismo de China encontró límites y perdió el efecto de encabezar la cúspide del poder mundial. El caso de Trump es más dramático. El prepotente no administró los efectos del covid-19 y pasó internamente de líder mundial a enfermero casi demente. Su opción de reelección, que no la perdió en política exterior, la dilapidó en su gestión interna abriendo posibilidades a los demócratas de tercera edad. Del otro lado, bajo el liderato de Ángela Merkel, la Unión Europea sale fortalecida. Los fascismos de izquierda y derecha tendrán que volver a sus cuarteles. Los europeos repasarán las ventajas históricas de los acuerdos sobre el impacto que generaban las divisiones Panzers.
En América Latina la situación es más difícil de evaluar. No se descartar un atardecer de los caudillos chavistas o cubanos. La ideología fue un traje que pasó de moda y solo les que queda mantener economías de subsistencia con apoyo externo de Rusia o Irán. En los extremos están Brasil y Ecuador. En el primer caso, la pérdida del apoyo popular de Bolsonaro se reflejan en dos hechos . La separación del ministro Sergio Moro de alta credibilidad por su lucha contra la corrupción y la carta pública de Fernando Henrique Cardoso como expresidente e intelectual demandando la renuncia.
El caso del Ecuador es el más crítico. Precedido de una grave crisis institucional enfrentó la desconocida pandémica en pésimas condiciones económicas. Para colmo, el Gobierno se dedicó a jugar un ajedrez con un personaje de Estado como es el Vicepresidente de la República. Primero lo lanzaron al estrellato y luego sin explicación lo desconectaron. En materia de imagen exterior carecieron de una estrategia para contrarrestar “la campaña de los cadáveres insepultos”. No hicieron frente a la cadena CNN convertida en un balcón del correísmo y guardaron silencio frente a graves distorsiones de importantes medios en los EE.UU. El caso más grave fue con el gobierno de El Salvador, donde el extravagante mandatario de ese país hizo tribuna con nuestro dolor.