A comienzos de 1973, diez años después de ‘Rayuela’, Cortázar publicó en Buenos Aires ‘El libro de Manuel’ –una novela cuyos personajes leen los periódicos en medio de sus propias vicisitudes. En su viaje hacia la Argentina, el escritor se detuvo en Quito, que le pareció una ciudad fascinante, visitó en la cárcel a Jaime Galarza, que había sido apresado por la dictadura militar, y se reunió en la casa de Magdalena Adoum con quienes en ese tiempo hacíamos la revista La Bufanda del Sol, muy conocida en algunos países de la América Morena. El diálogo que tuvimos entonces se publicó en el número 5 de nuestra revista y su lectura es todavía muy ilustrativa sobre la personalidad de un escritor cuya obra permanecerá en la memoria del mundo mucho después de que hayan muerto todos los dictadores.
“Veinte años de trabajo literario han hecho de mí un escritor muy leído” –dijo Cortázar, y agregó:– Entiendo que si tengo la posibilidad de escribir un libro que sea una denuncia de un sistema infame y de una situación insoportable en mi país, lo que puedo hacer es utilizar el hecho de que ese libro va a ser, con seguridad, leído y difundido, para llevar un contenido que a la vez que es literatura, es también extraliterario, o sea, lo que no se puede decir en los periódicos, luego de las últimas leyes argentinas, lo que el hombre de la calle no conoce porque los diarios emiten noticias oficiales… Si yo estoy escribiendo este libro, es que he leído los telegramas; por qué entonces en vez de ser yo quien los lee, por qué no los leen los personajes, que están viviendo en París y por lo tanto se puede suponer que están leyendo los mismos periódicos que yo…”. No obstante, más adelante dijo también: “Si yo les he dado pruebas fehacientes de mi responsabilidad como hombre en la lucha común que estamos llevando todos, ustedes no me pueden acusar de escapismo si escribo un cuento fantástico”.
Estos dos pasajes son suficientemente claros para definir la forma en que Cortázar entendía la difícil relación entre el compromiso y la imaginación. En el fondo, se trata de una consecuencia necesaria de la tesis del compromiso, expuesta por Jean-Paul Sartre en 1948, y contenida en ‘¿Qué es la literatura?’. En esas páginas, que nacieron al mismo tiempo que algunos de los textos filosóficos más importantes del gran pensador francés, no aparece la idea de una literatura al servicio de ninguna causa política, como muchos han creído sin tomarse la molestia de leer: lo que aparece es la concepción del compromiso como una consecuencia inevitable de la misma naturaleza del lenguaje. Para decirlo muy breve y sencillamente, se trata de un vínculo irrompible entre la palabra y quien la pronuncia; un vínculo, por lo tanto, que convierte al escritor (y en general, a todo hablante) en un sujeto responsable de sus palabras. Cortázar lo sabía, y asumió una responsabilidad política en ‘El libro de Manuel’, pero también supo hacerse cargo de sus ficciones, a las cuales no tenía motivo alguno para renunciar.
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