Los discursos ‘revolucionarios’ del fracasado socialismo del siglo XXI quedan atrás con las toneladas de actos de corrupción que, paulatinamente, les sepultan y les ponen de cuerpo entero frente a sus países y la comunidad internacional. Y solo les queda un tiempo con las patadas de ahogado que lanzan, con los argumentos manidos de siempre: los golpistas quieren desestabilizarnos; son acciones de la derecha y la restauración conservadora, cuando han caído en las mismas prácticas del pasado, del que ya forman parte.
Los hechos de la Argentina muestran la corrupción que lideraron, según testimonios de cercanos colaboradores y no de opositores, miembros de la familia presidencial que gobernó los últimos períodos, con pruebas contundentes que se han revelado de hasta cómo empacaban los billetes y las conexiones para sacar dinero del país, en medio de los discursos engañadores que mantenían obnubilados a sus seguidores y que aún quedan. Los sucesos aceptados por los arrepentidos hunden a los ex gobernantes, aunque intentan reflotar con la estructura populista que tienen, pero no responden a los hechos concretos de corrupción confirmados por sus hombres de confianza.
Lo que sucede en Venezuela es otra muestra del caos al que ha conducido el Gobierno de la revolución bolivariana y que ha profundizado la crisis económica y social, la división y la galopante corrupción. Familiares cercanos del líder fallecido, de su sucesor y altos dirigentes y funcionarios del régimen poseen enormes fortunas en el exterior, que han sido denunciadas.
Y el ciudadano común no puede ni siquiera comprar papel higiénico, productos de primera necesidad ni disponer de servicios básicos. Uno de los principales países petroleros del mundo, con las mayores reservas, que ha sido incapaz de solucionar los problemas internos y que hoy limita hasta el uso de energía eléctrica. Cuestionado por sus políticas contra las libertades y los DD.HH., mantiene en la cárcel a presos políticos y se niega a liberarlos pese a la amnistía aprobada.
Lo que ha ocurrido en Brasil refleja la enorme corrupción de quienes llegaron al poder con el Partido de los Trabajadores. No son denuncias de los opositores sino que la justicia de este país, en forma independiente, procesó a empresarios y exaltos funcionarios, que fueron sentenciados y condenados a cárcel, con la revelación de información que confirma las alianzas corruptas entre ellos. En otros países habrá que esperar que pronto dejen el poder, del que no quieren irse, para que se destapen la olla de corrupción y los enormes sobreprecios en la obra pública.
Este panorama demuestra el fracaso de las políticas de los gobiernos populistas, que han festinado los recursos de sus países.
En el caso ecuatoriano, apremiados por la crisis no atinan a encontrar fórmulas para recuperar la capacidad del enorme gasto público al que se acostumbraron y mantener el electorado en las próximas elecciones.
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