La mayoría de naciones ha declarado la “guerra” al tráfico, comercialización y consumo de cualquier sustancia estupefaciente o psicotrópica. Se combate la siembra de todo producto que con un proceso químico se convierte en un alucinógeno que, con el pasar del tiempo, aparte de hacer dependiente a quien lo utiliza, lo aniquila.
En ocasiones, ese ser es títere de sus proveedores de droga. El daño es personal e irreversible. Los narcotraficantes abusan de esa dependencia, que es su fortaleza para seguir con un negocio asqueroso y rentable.
La gente huye de las drogas. No le interesa nada ilegal o dañino a la salud y a la vida. La sociedad, mientras tanto, conocedora de esa plaga de los estupefacientes, hace lo posible para ayudar a los narco-dependientes a que salgan de ese infierno.
Nadie quiere vivir con un vicio que a la postre mata. Tanto es así que en la actualidad, para evitar que el negocio de las drogas siga su camino ascendente, se permite que aquellos diagnosticados como enfermos, puedan portar, para su consumo personal, una cantidad mínima.
Los humanos rechazan todo aquello que es maligno, peligroso e inútil. Desean una vida sana dentro del marco de la ley y así esperan actúen sus congéneres. Necesitan de horas de esparcimiento, para lo cual se refugian en diversas actividades, como por ejemplo, en el deporte. Suelen ser hinchas de un equipo para tener satisfacción en una ocupación legal, olvidándose, por un rato, de sus problemas.
Por ello, el ciudadano común se frustra al conocer que ciertos dirigentes deportivos se convierten en traficantes de dinero para arreglar un campeonato, obtener una sede para el desarrollo de un campeonato mundial, o ejecutan algún tipo de trampa para engrosar sus bolsillos con dinero sucio.
Ellos hacen tanto daño a la población como quienes trafican drogas, aunque en el caso de los dirigentes deportivos puede ser mayor el dolor que matar la ilusión y esperanza de millones de personas que encuentran su alegría en una operación “limpia”, ajena a actos bochornosos de corrupción.
Mientras ciertos dirigentes deportivos aniquilan la alegría, confianza, ilusión y buenas intenciones de personas que imaginan al deporte como una actividad de sana competencia, los traficantes, productores y comercializadores de droga matan a gente que por ingenuidad o novelería caen en un juego peligrosísimo del que es difícil salir.
Quienes practican alguna actividad física la ejecutan para mejorar su calidad de vida y por entretenimiento. Se encuentran ajenos a prácticas corruptas que prostituyen la práctica de un deporte.
Los que compran votos o arreglan partidos, son tan despreciables como aquellos que lavan “narco dólares”. Ambos deben ser sancionados, sin contemplaciones, porque destruyen la esperanza y el futuro de seres humanos.
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