La ‘magnanimidad’ del presidente Correa al ‘perdonar’ a los periodistas Emilio Palacio, Cristian Zurita y Juan Carlos Calderón, así como a los propietarios del diario El Universo, ha tenido ya múltiples lecturas o interpretaciones. Entre ellas, las más recurrentes: ‘es parte de un cálculo electoral’; ‘ha sabido asimilar el golpe de la presión internacional’. Ambas lecturas están relacionadas. Correa, como político que es, mira todo bajo el tamiz de la aritmética de los votos y de los escaños.
Insistir en la aplicación de la condena conseguida con métodos que ponen en duda la independencia de jueces y de la misma Corte Nacional de Justicia, habría significado cargar contra sí mismo la amplísima corriente de opinión internacional, que entre otras cosas confluyó hacia la estipulación de medidas cautelares interpuestas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH, del cual el país es signatario y que como tal debía acatarlas. Un escenario que de hecho complicaba su estrategia de lograr la Presidencia en el 2014.
El perdón no prescribe ni anula la acusación sobre el delito cometido; deja sin efecto las sentencias, lo cual quiere decir que el Presidente se mantiene en sus convicciones sobre la existencia de un delito de opinión. Esta operación, más allá del acto ‘magnánimo’, funciona como advertencia y como amenaza al trabajo periodístico, y en general a la comunicación; su objetivo: impedir o neutralizar toda examinación y vigilancia al poder.
El Presidente perdonó pero no abandonó su libreto original, que radica en el axioma altamente riesgoso para la democracia, de que es posible y necesario sacrificar las libertades para lograr su objetivo político. Una postura que resulta seriamente peligrosa en particular para quienes no comparten esa visión, y porque quien la profesa es un presidente que ha subordinado a su poder a toda la institucionalidad pública, en especial a la Administración de Justicia, cuyo accionar ha sido crucial justamente para conculcar los derechos de quienes ahora el presidente quiere perdonar.
La teatral declaración de perdón, que debió haber transmitido tolerancia y aceptación de la pluralidad, dejó entrever en cambio que la actitud de persecución y enfrentamiento con la prensa no va a moderarse. El camino para la defensa de los derechos parece ser más arduo después de la alocución presidencial, porque el Presidente demostró que puede dar un paso atrás frente a una situación adversa, pero que lo hace no porque está convencido de la dimensión ética de su accionar, sino porque sabe calcular, dar un paso atrás, para luego dar dos pasos adelante, y reafirmar sus íntimas convicciones. Una operación altamente riesgosa, incluso para su misma estrategia electoral.