¿Correa mordió el anzuelo?

Como en los viejos tiempos. Rafael Correa se moviliza por el país haciendo proselitismo con un séquito de guardaespaldas vestidos de civil, reforzado por un cordón de seguridad de la fuerza pública. Realmente no habría otra forma de que se desplace sin quedar expuesto al escarnio público, con consecuencias difíciles de predecir.

En sus recorridos por cincos provincias, captados en videos y difundidos por la prensa, ha habido incidentes y agresiones de la guardia de Correa a ciudadanos que, molestos, muestran su rechazo y lo insultan con vehemencia. Le dicen de todo.

En una de las tomas, en Cuenca, micrófono en mano, Correa responde y pide a sus huestes que se ocupen de sus opositores, que son ubicados y golpeados. Es difícil establecer si los agresores son miembros de su seguridad o militantes que lo escoltan.

Estos episodios evidencian una vez más el talante de Correa. Reviven lo que fueron sus diez años de gobierno. Muestran de cuerpo entero al exmandatario en sus facetas más oscuras: prepotencia y abusos.

Afianzan la imagen del expresidente intolerante, atosigado por opositores que desahogan su rabia, silenciada por años por su gobierno caracterizado por la persecución a sus críticos. Por enjuiciar como terroristas a líderes sociales y estudiantes.

Haber reforzado los recorridos con cercos policiales, más allá de precautelar la seguridad de Correa, parece una jugada ingeniosa del oficialismo para proyectar entre la población precisamente el lado autoritario del expresidente. Aunque también ha significado críticas al Gobierno por el excesivo despliegue, lo cual a fin de cuentas es un precio menor frente al gran objetivo de ganar la consulta.

Desde otra perspectiva, Correa se ha vuelto el centro de la campaña por el no. Nuevamente se muestra como el luchador solitario, que enfrenta a los ‘traidores’ del proyecto de la revolución ciudadana. Por eso, aún es aventurado saber qué resultado tendrán estas estrategias el día de la elección.

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