Cuando éramos chicos y alguno quería sacar ventaja o aprovecharse de algo, el reclamo tradicional era: ‘¿qué corona tienes?’ La pregunta llevaba implícita la aceptación de que si tenías alguna corona por ahí (no se diga la del reino de las Españas) pues tenías privilegios, joder. Esto a propósito del rollo en el que se metió don Juan Carlos de Borbón, quien fuera colocado en el trono por un caudillo fascista, el general Franco, pero que resultó clave para la transición democrática.
Entendámonos. No es que yo apruebe la caza de elefantes, ni que esté a favor de la monarquía como sistema de gobierno, pero tampoco me gusta ser hipócrita: si el rey de España no puede darse esos gustos, ¿entonces quién? ¿Maradona? ¿Sharon, la hechicera? ¿el Pablo Escobar de turno, de esos que se montan zoológicos privados? Si tienes un rey y quieres que se comporte como cualquier hijo de vecino, ¿para qué diablos tienes rey? ¡Suprímelo!
El asunto funciona al revés: lo que encanta de los Maradona o los Escobar es que vienen desde abajo y asumen comportamientos propios de la realeza porque se los han ganado con el botín o la pistola. Los otros, los Borbones o los de la Casa de Windsor nacen en cuna de oro y hace mucho rato que su función se reduce a ser símbolos de un pasado glorioso. Puesto en morocho, se reduce al show. La realeza británica lo sabe perfectamente y como sus genes son decadentes, buscan a las Dianas y las Pippas para que le pongan folclor al asunto. (Ya sé que es la hermana pero es la que más ruido mete.)
Los reyes han sido cazadores y conquistadores de tierras y mujeres desde que el mundo es mundo. Pero encabritó al respetable que a la foto con el elefante difunto se sumara la guapa princesa alemana que le acompaña en sus correrías. ¿Y con quién querían que se fuera, con el entrenador de la selección española? Los medios no lo dicen por respeto pero toda España sabe que don Juan es un don Juan.
Por el otro lado, ¿qué muchacha no ha soñado en conquistar una testa coronada? El príncipe azul, que dicen. No en vano una amiga colombiana, bastante desenfadada, llamaba ‘coronar’ a la culminación física de una conquista amorosa.
La monarquía es una institución obsoleta, pero la llevamos en las venas. No hay que olvidar que nuestros próceres juraron fidelidad a Fernando VII y fuimos súbditos de la Corona hasta 1822. Bien vista, la monarquía es la madre anciana del caudillismo, tan vigente, con distintos disfraces, por todo el mundo.
Pero mientras don Juan defiende la democracia y debe pedir disculpas por matar un paquidermo y echarse una cana al aire, ciertos líderes árabes, por ejemplo, masacran a sus pueblos sin despeinarse, acumulan fortunas fabulosas y resulta que son de izquierda pues se oponen al ‘imperialismo yanky’.