El optimismo que reina en algunos sectores respecto a la decisión política de negociar un acuerdo comercial con la Unión Europea y a la intención gubernamental de priorizar el desarrollo productivo en los próximos cuatro años demuestra que los ecuatorianos nos contentamos con poco.
El acuerdo comercial con la Unión Europea es equivalente a la construcción del puente del Chiche. Así como desde hace años sabíamos que el aeropuerto se trasladaría a Tababela, desde hace rato teníamos conocimiento de que la Unión Europea dejaría de otorgarnos las preferencias arancelarias y que debíamos tomar medidas para asegurarnos el acceso de nuestros productos a ese mercado.
Resulta que ahora que se hará lo obvio -negociar un acuerdo comercial con la UE- los sectores implicados están dichosos con el Gobierno, como si no tuvieran idea de las oportunidades perdidas hasta la fecha por no habernos sentado antes a la mesa de negociación, como si no supieran que las Atpdea están a punto de caducar y aún no tenemos ningún plan concreto en materia comercial con los Estados Unidos, como si fueran unos mendigos que se contentan con las migas.
La dicha local se remata con el discurso del cambio de la estructura productiva del país, a pesar de que por ahora esa transformación no sea más que un anuncio de buenas intenciones, con dudosas posibilidades de convertirse en un proyecto viable a largo plazo.
Un país pequeño como el Ecuador, para desarrollar las industrias que el Gobierno pretende impulsar, necesita en primer lugar un extenso mercado en el que puedan surgir economías de escala. Si bien podríamos integrarnos a un mercado así, que además se abre al comercio mundial -a diferencia de lo que hace el Mercosur-, no lo hemos intentado.
La semana pasada se celebró una cumbre de la Alianza del Pacífico en Cali, donde Chile, Perú, Colombia y México acordaron una desgravación arancelaria del 90% de su comercio y un cronograma de siete años para eliminar el 10% restante, lo que creará un mercado común equivalente a la octava economía mundial, con 210 millones de habitantes. Además de alcanzar el libre flujo de bienes, servicios, capitales y personas, el bloque busca consolidarse como la puerta de entrada al Asia-Pacífico, la región del mundo que más crece y, por lo tanto, que más oportunidades ofrece.
El acuerdo comercial con la Unión Europea es, por supuesto, positivo. Pero, más que profundizar las oportunidades de progreso, permitirá que las condiciones actuales no se deterioren. Por su parte, si bien es legítimo que estemos contentos de que se busque el cambio de la matriz productiva, también lo es preguntarnos cómo el único país en la costa sudamericana del Pacífico que estará fuera de un gran mercado va a desarrollar siderúrgicas, astilleros, petroquímicas, tecnología de punta y tanta cosa importante.