‘La pobre e inocente hierba es quien sufre las consecuencias de las peleas entre los elefantes”. No es que yo quiera comparar a ninguno de nuestros políticos con paquidermos, pero conviene tener en cuenta la filosofía del refrán, no sea que de tanto afilar el hacha nos quedemos sin leña para cortar… Lo más triste de las trifulcas políticas es que, al final, el pensamiento y la mirada no se dirigen al pueblo al que hay que servir, sino a los intereses personales, familiares y de troncha que garantizan, a quien lo ejerce, la permanencia del poder. De hecho, las discusiones se vuelven inútiles cuando no tienen por objeto una mayor atención a los problemas de la gente.
Mirarse mucho a sí mismo es pura vanidad y pedantería. Así lo siento cuando oigo a muchos de nuestros funcionarios, más pendientes del denuesto y del insulto que de hacer propuestas que solucionen los infinitos problemas. Lamento decirlo, estas cosas siempre molestan al poder de turno, pero todavía hay mucho camino que andar para erradicar la pobreza, promover el desarrollo y la equidad y administrar con eficacia los servicios públicos.
La participación ciudadana nos está exigiendo algo más que palabras. Cosas fundamentales, propias de cualquier democracia como: – Promover una cultura participativa y corresponsable en los espacios sociales, familiares y vecinales.
– Garantizar el ejercicio de las libertades.
– Reconocer el pluralismo de opiniones y el derecho a la crítica social.
– Hacer, ¡ay, Señor!, que la justicia sea justicia, independiente y rápida; la salud sea salud, para todos, sin agendarla y diferirla; la privación de libertad sea sinónimo de rehabilitación; y los niños de la calle, más allá del secuestro de su infancia, encuentren un lugar en la escuela…
Y todo dentro de cauces que demuestren que lo que se persigue, especialmente en tiempos de autocensuras y dobles frases, no es otra cosa que el bien común, la justicia y el bienestar.
Creo que era John Lennon el que decía: “La vida es lo que ocurre delante de nuestros ojos. Por desgracia, nosotros estamos a menudo ocupados, mirando hacia otro lado”. Construir democracia es algo más que ejercer el derecho al voto. Es pasar la realidad por el ojo del análisis, de la crítica, del diálogo y construir entre todos lo que es de todos.
De la misma manera que la vida sin fe es un pozo sin fondo, una democracia sin participación, sin pluralismo y alternancia; es una mueca y una burla. Políticos hay que piensan que la suya es la palabra más importante y definitiva. Se olvidan, a fuerza de oírse a sí mismos, que la voz imprescindible es la del pueblo. Y que el diálogo social es la clave de toda convivencia.
A nuestros dirigentes, a los que dicen ser católicos y a los que dicen no serlo, hay que recordarles las palabras del papa Francisco: “Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este es hoy el desafío ético”.