Es un juego de niños de uso común en las festividades que convoca un cumpleaños. Su origen, por el folclorismo de que hace gala el objeto, debe ser mexicano, aunque algunos historiadores sostienen que es originaria de la antigua China.
En el interior de la adornada esfera o monigote se introducen diferentes regalos.Una travesura parecida se trata de hacer con el proyecto de “enmiendas” constitucionales que será aprobado sin consultar al pueblo como era usual en el pasado, aunque hay que recordar que en la consulta popular del 2011 se introdujeron junto a una gran reforma a la Función Judicial del Estado, temas de gallos, toros y casinos; es decir confites, caramelos y chocolates.
En la actualidad junto al premio mayor que es la reelección indefinida para todos, pues sería vergonzoso que solo sea para el del mayor jerarquía en la estructura estatal, se incorporan varios contenidos variopintos: eliminación de la edad para ser candidato a la Presidencia o Vicepresidencia -allí está el dulce- de la República o rebajar la edad a 32 años que es lo mismo. Según se conoce, también se tratarán tema tributarios relacionados con la plusvalía de los bienes inmuebles, restricciones constitucionales a los díscolos municipios y cualquier otra novelería propia de burócratas o legisladores nerviosos que no pueden correr el riesgo de que la conducción del mando político pueda cambiar de manos, por el bien del país y el éxito de la revolución.
El problema del ejemplo es que la piñata tiene un desfase pues al final, a punta de bastonazos, es derribada y desbaratada. En este caso los niños que recojan los confites serán el primer reelegido de la República o remozados personajes del movimiento –partido jamás- y los sobrevivientes de la partidocracia.
Es probable que no todos tengan la misma opción para el principal dulce que tiene un destino preestablecido. Ese es el objetivo; lo demás es parafernalia juvenil de una alegre fiesta.
El problema de fondo es que luego de algún tiempo será necesario elaborar una nueva piñata, en nuestro lenguaje una nueva Constitución. No hay que tener vergüenza a la cantidad de esos textos, pues reflejan la fragilidad institucional de una República que desde sus inicios demostró la dificultad por aprobar una norma máxima con un rigor jurídico que se imponga al juego de intereses de cada coyuntura; además, que esté inspirada en el ser y no en el deber ser, en el lenguaje del clásico Fernando Lasalle: que sea real y no de papel.
No se trata del número de constituciones vividas, pues la renombrada Constitución de EE.UU. tiene 28 enmiendas, muchas de las cuales son nuevos textos que adicionan a la que escribieron los Padres Fundadores de esa nación; por eso la reforman siguiendo el espíritu de libertad y garantías a los derechos.