Probablemente, los resultados electorales y las especulaciones consiguientes empañarán los temas de fondo, o al menos, dilatarán las reflexiones sobre la ciudad, que son ciertamente urgentes. La pregunta es ¿quién piensa a la ciudad, quien trabaja sistemáticamente por un proyecto que rebase la coyuntura? No conozco que alguien se ocupe de semejantes temas, puedo estar equivocado, pero me temo que los asuntos de fondo o se tocan superficialmente, o quedan siempre condicionados al cálculo que imponen los afanes de llegar al poder municipal. Me atrevo ahora a sugerir algunos asuntos, muchos de los cuales son “políticamente incorrectos”, es decir, de ellos o no se debe hablar, o se debe tratarlos “soto voce”, al disimulo y en puntillas.
1.- Los problemas de ser capital.-A diferencia de Guayaquil, Cuenca, Manta u otras ciudades, Quito tiene que lidiar con su condición de capital de la República, de centro político que concentra Gobierno, Asamblea, Corte Nacional, Fiscalía, Ministerios, etc., etc. Todo eso condiciona la vida de la ciudad, distrae a ciudadanos y munícipes de sus tareas, acumula problemas que afectan a la infraestructura urbana, convierte a los símbolos urbanos en referentes políticos coyunturales –el caso de la Plaza Grande, es un ejemplo-. El vecindario de la Alcaldía con Carondelet, quiérase o no, condiciona la autonomía municipal. Quito ha sido, y seguirá siendo, la cara política del Ecuador. Eso es bueno, porque la ciudad aglutina, concentra poder, pero es malo en la medida en que los grandes problemas del país, en cierto modo, se convierten el problemas de la capital. Aquí se concentran las opciones de poder y los problemas que genera el poder. Si se quiere protestar con alguna eficacia, se viene a Quito.
2.- Una ciudad que ha perdido identidad.- Las elites quiteñas se quedaron en el Quito ideal del centro colonial. Ese factor de identidad histórica se ha evaporado, o se está evaporando, primero por su evidente deterioro, ya que, pese a los esfuerzos de peatonización y restauración, el comercio ambulante gana la partida, daña los monumentos y genera una imagen de ciudad asiática, tumultuosa, insegura. ¿Alguien sabe cómo enfrentar semejante tema? El último y eficiente esfuerzo lo hizo el general Moncayo. Pero de allí para acá no veo progreso. En el resto de la cuidad se ha perdido el sentido de vecindario, que ya no existe más. Y hoy la ciudad es una concentración inorgánica de seres extraños, distantes, sin sentido de comunidad. A eso ha contribuido la vida en esas colmenas gigantescas que son los condominios. Del vecindario hemos llegado al tumulto de consumidores anónimos, para quienes el interés por vivir bien termina, quizá, en la puerta de su apartamento. Esa falta de identidad explica la indolencia, la agresividad, la basura en las puertas de las viviendas. Eso explica que “no le sienta a la ciudad”. A cuántos, de verdad, les importa Quito, el parque, la calle, la basura en las aceras, la destrucción de su estética y de su paisaje? A cuántos les interesa, o les duele, cómo el espacio urbano se anarquiza, como trepan las lotizaciones por las lomas. Nos importa cuando llega el aluvión, claro está. Esta es, por todo eso y por mucho más, una ciudad a la que la identidad se le ha quedado en el camino, o más bien, entre la nostalgia, el tráfico y la inseguridad.
3.- ¿Tiene proyecto la ciudad?.- La crisis de identidad podía tener respuesta en un proyecto de ciudad. Guayaquil es un ejemplo: salió del marasmo y la destrucción con un proyecto claro, con prácticas constantes y compromisos renovados, y con la restauración del sentido de autoridad, de obediencia a las reglas. Quito, que yo conozca, no tiene ese proyecto, ni se ha restaurado el sentido de autoridad municipal y nadie tiene compromisos más allá de su condominio o de su casa. Ejemplo, la falta constante de respeto de la policía, el caos en el tráfico, la actitud de los conductores. Me parece que Quito se va convirtiendo en una especie de nostalgia de lo que fue. ¿Cuál es el proyecto de ciudad por el que se votó? Más allá del acento en temas puntuales, no escuché algo más orgánico, que enlace, por ejemplo, el asunto de los accesos a la ciudad, con la inseguridad, los espacios verdes, la recuperación del centro, el crecimiento urbano ordenado, la expansión industrial, el destino de los valles, etc. No hay proyecto. Hay infinitas versiones de clientelismo y de populismo menor, que generan ofertas según el auditorio, o según la sensibilidad que cada candidato advierte en las redes sociales o en los sondeos. Es que la meta no es la ciudad. La meta es cómo soy Alcalde o como prospera mi carrera política. Eso se llama democracia inorgánica, anarquía electoral que explica por qué hubo 18 candidatos a alcalde y cientos de aspirantes a concejales.
4.- Los problemas concretos.-Además de la condición de capital que determina el destino de Quito, hay muchos otros: las elites de esta ciudad se ausentaron y se encerraron en sus torres de marfil, ¿dónde están? No hay un centro de pensamiento cuyo objetivo sea la ciudad, que la piense siempre, y no solamente cuando hay elecciones. Y por supuesto, está la compleja estructura de una ciudad larga y estrecha, el tránsito, la sobre abundancia de vehículos, la caducidad de los accesos a la urbe, la contaminación, la basura. Está la migración. Y está el desorden de la arquitectura: aquí se edifica sin ton ni son, y junto a una escuela se implanta una fábrica, o cualquier barrio amanece con una discoteca que le perturba. Y está el ruido: cada cual con más decibeles en su equipo, hace la fiesta, anuncia ventas de autos, comercio de chucherías y campañas de salvación nacional. Todo el mundo en el concurso de quien rompe la paz que la gente se merece. Y está la inseguridad, el miedo que crece, la prepotencia que abruma. Y estamos nosotros que somos el principal problema.
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