Creo que muchos han analizado ya las profundas razones que existen para protestar y resistir. También ha quedado claro que los que protestan quieren -sobre todo- que el Gobierno deje de imponer la soberbia de su razón.
Por eso, quiero dedicar este artículo al consenso, y a desmontar esa idea de que el consenso es “profundamente conservador porque niega el pluralismo y el antagonismo de cualquier política democrática”.
La verdad, es totalmente lo contrario: el consenso es necesario porque toda sociedad es diversa, multicultural, pluriideológica, multiétnica y, por ende, debe encontrar la forma de negociar sus diferencias y de consolidar acuerdos mínimos de convivencia.
En verdad, América Latina es la región más desigual del planeta. Ni siquiera África se le acerca. Pero si queremos dar saltos cuánticos y parecernos a Suecia, a Alemania, a Noruega, deberíamos empezar por entender (por fuera de la econometría) que sus políticas distributivas y redistributivas no salieron de leyes o un movimiento revolucionario que las impuso. Tampoco fue producto de que “en Alemania hay buenos empresarios”, infiriendo que todos los de aquí son pésimos. O que ellos tienen un sistema democrático particular y nosotros ni siquiera una democracia liberal.
Lo que no se ha dicho es que los países nórdicos, así como Alemania y otras naciones europeas construyeron su estados de bienestar sobre la base de un pacto social tripartito entre empresarios, asociaciones de trabajadores y el Estado representado por las diversas fuerzas políticas que ganaron las elecciones. Esta suerte de intermediación iba más allá de si una sola coalición al frente del Gobierno, como en el caso de Suecia, o de sistemas más pluralistas como en Alemania y funciona para muchos temas. Ese ejercicio público, sistemático y comprometido con la intermediación de intereses para construir una forma de convivencia común, es lo realmente importante y lo que diferencia Europa de América Latina. No me crean a mí, pueden leer a Gøsta Esping-Andersen, Anton Hemerjick, Kathleen Thelen…
El corporativismo que ha funcionado bien en Europa, es una mala palabra en este continente. La negociación de intereses diversos para construir un país próspero y equitativo en Ecuador se denuncia como venta del país o infantilismo.
Pero lo infEantil, sectario y autoritario es no sentarse a negociar con la pretensión de ceder posiciones por el bien común. Sin mínimos consensos, no importa cuántas leyes, constituciones o regímenes políticos quieran imponer sus “modelos”, al mejor estilo de “o soy yo o el diluvio”, el Ecuador va a seguir siendo igual.
Por eso, hay que mirar hacia delante y empezar con urgencia esa “intermediación de intereses”. Hay voces relevantes que ya están clamando eso, como Ramiro Aguilar, Martha Roldós, Ramiro García, Silvia Buendía… Ojalá los escuchen. Este parece ser el único camino para salir de este atolladero y realmente construir un futuro inclusivo.