“Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible” escribía Píndaro, el poeta, hace dos mil quinientos años.
El inmenso ‘ellos’ poético que nos antecede va desde Dudu, el primer escritor de la antigua Mesopotamia, -‘la tierra entre dos ríos’- hoy el destrozado y desgraciado Iraq, hasta García Márquez o Eduardo Galeano, que nos ‘dieron escribiendo’ todo, como decimos con tanta propiedad en nuestro español ecuatoriano, pues ellos lo hicieron por nosotros, más allá del Dios bíblico que dictó a los hombres un texto contradictorio, cruel, luctuoso y lleno de bondad; puro y plagado de lúbricas escenas… La revelación, el arte.
En aquella, un Dios quita a los hombres la labor de su libro; en esta, un hombre redime al ser humano de todo dictado, y se erige en una especie de dios, que, sin aspirar a la vida inmortal, en su palabra agota el campo de posibilidades que ofrece la existencia.
Por esto, ¡desgraciado aquel que no se enriquece con la palabra creadora!, a contrapelo de esta civilización tan amplia de comunicación ¡ay!, y tan corta de palabra.
Encuentro a García Márquez por todas partes; he perdido mi ejemplar querido, releído, subrayado y vuelto a subrayar, de El otoño del patriarca, y encuentro al colombiano universal en esta pérdida, en la íntima melancolía de algunos de los más bellos libros escritos en español durante el siglo XX: Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y el citado Otoño: regalos de esta tierra de Dios, como decían los antiguos, tan sin dios, como constatamos a diario.
Sí. Lo encuentro por todas partes: leo, por gracia de una vieja y querida amistad, una obra realista si las hay, Soldados de Salamina, de Javier Cercas. En ella, basada en hechos reales, revive un personaje real, con nombre y apellido y fecha de nacimiento y de muerte, tanto, que está vivito y coleando en la Wikipedia; allí encuentro el uso de calificativos que GM fundó y, por lo visto, no solo para el realismo mágico, sino para todo y todos, por ejemplo: “paralizado por el terror, un hombre de ojos huérfanos e indumentaria de viajante trató de contestar, pero solo acertó a quebrar el silencio sólido que siguió a la pregunta, con un borborigmo indescifrable”.
O este otro, inequívoco: “María Ferré no iba a olvidar nunca el radiante amanecer de febrero en que por vez primera vio a Rafael Sánchez Mazas”, tan similar a aquel, irreparable: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Porque, además, hay un pelotón de fusilamiento, y un héroe- antiheróe resurrecto y mil observaciones y formas más, tan similares y distintas, que es un ir y volver de la misma nostalgia, sin que por ello acusemos a Cercas de imitar a García Márquez, porque una es la imitación sin talento, y otra, la asimilación inteligente y profunda; una, la copia y muy otra, la influencia inacabable de lo bello, ¡oh alma mía!
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