Para quienes están del lado del Socialismo del Siglo 21, el reciente resultado electoral en Bolivia es motivo de obvia satisfacción. Para los que consideramos peligrosa y destructiva esa línea de pensamiento, es, al contrario, un desastre, aunque Luis Arce parezca menos maligno que Evo Morales.
Incurriendo incluso en el riesgo de la sobre-simplificación, podemos decir a brochazo grueso que nuestras sociedades están divididas en esos dos grandes bandos: de un lado los proponentes de las reivindicaciones históricas, la lucha de clases, la economía estatizada y la dictadura, y del otro los proponentes de la democracia liberal, los derechos humanos y la economía de mercado. Dos bandos enfrentados en niveles variables de violencia, ambos decididos a ganar la confrontación.
Empujando a ambos a buscar la destrucción mutua, en vez de la conciliación y los consensos, está una aparente inhabilidad para ver los propios errores y defectos.
Los del SS21 se niegan a aceptar la verdad evidente de que su modelo no funciona. En la URSS, Cuba, Corea del Norte, Chile, Venezuela, Nicaragua, y donde más se haya puesto a prueba, ha generado o genera ineficiencia, pobreza, hambre, indolencia, dependencia, abuso de poder con el cual algunos se enriquecen, y en las víctimas, que son la gran mayoría, el sueño o la imperiosa necesidad de emigrar.
Pero en el otro lado, opuesto al SS21, una mayoría (con limitadas excepciones) todavía no acepta que es profundamente negativo, y nos entrampa en el subdesarrollo: (1) aferrarse a creencias y actitudes racistas, clasistas, machistas y autoritarias; (2) ser liberal solo en lo económico; (3) hacer poco o nada para reformar nuestros sistemas educativos con financiamiento adecuado y formación de profesores que liberen mentes en vez de adoctrinarlas; (4) considerar apropiada la evasión de impuestos; (5) no condenar a los empresarios corruptos y, cuando surge la oportunidad del pariente o amigo en un alto cargo, pensar que es pecado y estupidez no aprovecharse de ella; y (6) seguir creyendo que la solución a nuestros problemas vendrá por la vía política, y no por los cambios que realice cada uno de nosotros, como miembro de una sociedad civil responsable, en los sistemas dominantes de creencias, valores, actitudes y comportamientos.
No es inevitable la confrontación que resulta de esa tozuda inhabilidad de lado y lado para reconocer los propios defectos y generar cambios sanos. El bienestar popular que pretenden defender los unos, y la productividad que pretenden defender los otros, nos son mutuamente excluyentes. Las sociedades contemporáneas más funcionales, Suecia, Noruega, Finlandia, tienen excelentes sistemas de apoyo social, economías de mercado boyantes, sistemas democráticos estables y, sobre todo, altos niveles de paz social.