Hay gobiernos cimentados sobre el enfrentamiento continuo y permanente. Diseñados como parte de un manual operativo donde si no existe un enemigo hay que crearlo y aquel que ose cuestionar el ejercicio del poder hay que perseguirlo de manera constante y pertinaz de manera tal que aquellos que se animen imitarlo sepan a qué se avienen. Estos han permanecido en el tiempo sobre una confrontación que no dejó espacio para observar el estado calamitoso en que viven sus habitantes distraídos en permanentes movilizaciones y gritos que con el tiempo se han transformado en forma de empleo para “reducir la pobreza” y ocupar el tiempo de los inempleables. América Latina ha visto resurgir de abundancia de materia prima con precios altos a gobiernos distractivos en la confrontación y evidentemente, los resultados han sido pésimos para sus pueblos.
Con el advenimiento de un nuevo Papa dado a la conciliación y a la profundización del lado humano que hasta la confrontativa Presidenta argentina no pude dejar escapar un sentimiento hasta tierno al afirmar luego de su encuentro con el Pontífice que “nunca había sido besado por un Papa”. Cristina Fernández muy lejos de la figura que persigue a la prensa, desprecia la inteligencia, soberbia como ninguna y altanera ha tenido frente a su compatriota un gesto inusual y extraño. El Papa Francisco frente a tantos jefes de Estado dijo ayer: “No debemos tener miedo de la bondad ni de la ternura. El odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida”. Qué frase tan apropiada para tantos presidentes de nuestra América Latina. Quizás sea toda una vuelta de tuerca en el ejercicio de un poder omnímodo basado en la confrontación permanente. La fase humana no desnaturaliza el poder, al contrario, lo nutre de un factor de adhesión más intenso que debiera ser destacado por los asesores de imagen interesados en prestar sus servicios a jefes de Estado que siempre están en campaña, que recurren al insulto y al agravio como herramientas de dominación y persecución y, que por sobre todo, buscan domesticar críticas que en otras sociedades son signos de madurez y de crecimiento.
Ahora que el subcontinente será mirado con ojos diferentes por el mundo con un líder espiritual de más de mil millones de católicos no sería mala idea que los políticos del combate permanente observen que otros métodos son posibles y talvez más efectivos a la hora del ejercicio del poder. No es inusual que el asesor de Mandela en el proceso post apartheid Adam Kahane haya escrito un libro sobre el amor y el poder, un título extraño para alguien que viene de observar a gobernantes, gobernados y estilos de gobierno desde una perspectiva distinta. El libro “Poder y amor. Teoría y práctica para el cambio social” explora visiones absolutamente inusuales en el análisis de algo percibido como frío, distante, cruel y muchas veces inhumano.