Conejillos humanos

Cuando alguien toma un medicamento no se detiene a pensar que al producirlo, quizá se puso en riesgo a otras personas o incluso alguna de ellas murió al ser utilizada como "conejillo de Indias" en las pruebas. Pero esto es harto frecuente.

Los laboratorios que investigan y elaboran medicamentos han utilizado a los conejillos de Indias (nuestros cuyes) y otros animales para probar la eficiencia y eficacia de sus productos. Pero reclutan también personas que, a cambio de dinero, se ofrecen a experimentar en sí mismas los medicamentos.

Antes las personas usadas para pruebas eran presos, indigentes y discapacitados compelidos a hacerlo. Pero luego se generalizó la práctica de pagar gente para que tome medicamentos sin que los necesite o, peor aún, para que se enfermara "voluntariamente" y se sometiera a pruebas. Se los convierte propositivamente en enfermos y se los trata con los medicamentos de la casa farmacéutica. Unos se enferman gravemente y otros hasta llegan a morir sin que se pueda reclamar por ello.

La investigación de Roberto Abadie, que recoge una traducción del libro "El conejillo de indias profesional", editado por el Consep, pone en evidencia las rutas de los pobres y marginados para convertirse en conejillos de Indias como estrategia de sobrevivencia. En el continente americano, para muchos pobres, lanzarse al mundo de los riesgos e incluso al peligro de la muerte, es una forma de vida porque todas las puertas se han cerrado. Un puñado de dólares compra un cuerpo y también una vida; compra los riesgos de enfermedad y de muerte.

Abadie cuenta que en junio de 2001, la prensa reportó que Ellen Roche se había ofrecido para probar un nuevo medicamento para el asma, dentro de un programa de la Johns Hopkins University. Cuando se puso seriamente mal, fue enviada a un hospital donde murió. Solo tenía 24 años, y por el experimento había recibido 375 dólares, que es lo que valía su vida. Ese es solo un ejemplo.

Desde luego que los laboratorios farmacéuticos tienen que probar sus medicamentos. Pero una pregunta crucial es si puede considerarse ético hacerlo con mujeres y hombres sanos que se ofrecen a probarlos a cambio de unas monedas que en nada compensan los riesgos que corren, los malestares que padecen y el fantasma de la muerte que les acecha. Y lo más preocupante es que algunos laboratorios se hallan vinculados a universidades. Las instituciones académicas no pueden dar la espalda a estas realidades.

El texto de Abadie es un reto y una voz de alarma para la academia de todas partes. Es un llamado a un compromiso intelectual, científico, social y moral con la protección de la vida, sobre todo cuando se la pone en riesgo en aquellos ensayos que se hacen en gente que vive en el mundo de la pobreza con sus negaciones y silencios.

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