Aparece, se esfuma y vuelve a aparecer. Así, espasmódicamente, se visibiliza en el escenario el tema de la desnutrición infantil. Uno de los flagelos más inhumanos e irreversibles. Cruel señal de subdesarrollo e inequidad. Ineludible.
La desnutrición infantil provoca efectos desastrozos en los más pequeños: talla más baja, susceptibilidad a las enfermedades, menor desarrollo cerebral, dificutades de aprendizaje. A largo plazo, menos oportunidades para el trabajo y la realización humana. Cicatriz invisible y sin retorno. Condenados.
Las estadísticas son implacables. Uno de cada 4 niños menores de 5 años padece desnutrición en Ecuador. En zonas rurales e indígenas la relación llega a 1 de cada 2. Adicionalmente 40% presenta anemia. En números absolutos, la tragedia compromete alrededor de 400 mil niños. El equivalente a llenar 10 veces un estadio como el Atahualpa.
Después de mejoras en los años 80 y 90, la problemática aumenta reflejando la falta de sensibilidad y los límites de los programas de atención. La letal pandemia -agravante y pretexto- incrementará las cifras negativas. En visión comparada la situación ecuatoriana es de las peores de América Latina. Compartimos los últimos lugares con Haití, Guatemala, Honduras.
El Gobierno -al final de su ejercicio- lanza el Bono de Apoyo Nutricional. USD 240 para casi 8 mil familias. Una sola entrega de emergencia. Con el mejor estilo efectista: luces, fotos, cheques gigantes, paneos de la miseria agradecida.
Concepciones tradicionales. Sentido de dádiva más que atención a un derecho. Centralidad en el paliativo sin soluciones de fondo. Vieja práctica: regalar pescado en lugar de enseñar a pescar. Población beneficiaria pasiva, no sujeto de su cambio. USD 240 que se evaporarán pronto sin sanar las heridas.
La dureza de la situación tiene, sin embargo, soluciones. Se han ensayado aquí y en varios países. No hay secretos, se trata de atender desde el principio al binomio madre-hijo. De dar atención a puntos clave como la lactancia, la alimentación balanceada, los primeros mil días de la infancia, la provisión de agua. La complejidad viene por disposición (prioridad) de recursos, trabajo intersectorial, factores sociales y culturales, acceso a las poblaciones. Tal vez es tiempo de ensayar soluciones desde y con las organizaciones campesinas e indígenas. Sin ellas el empoderamiento de las poblaciones afectadas es solo humo.
En este tiempo de pestes malditas, créditos para respirar y elecciones para distraer, surgen dos preguntas imprescindibles. ¿Los programas FMI y la renegociación de deudas, consideran estos temas entre sus prioridades? Y la segunda, ¿los nuevos salvadores de la patria incluyen en sus programas la atención a esta tragedia? Tal vez las propuestas sobre este tema sean buen punto de diferenciación para la selección de candidatos.