Concesiones
Vargas Llosa, en el prólogo a un Quijote de Andrés Trapiello –que ya no de Cervantes- compara la decisión de limpiar los monumentos de París, sucios de siglos, con la de Trapiello, de adaptar el Quijote ‘traduciéndolo’ al español actual.
Comparación paradójica, porque mientras la limpieza de los monumentos parisinos quitaba la suciedad que sobre ellos habían acumulado los siglos y los devolvía a su color original, la traducción de Trapiello, y de tantos Trapiellos que en el mundo son, dan otro color, olor y sabor a los textos originales, no solamente sin respetar la pátina secular de palabras, expresiones y modos de decir que nos devuelven al tiempo cervantino, sino quitándosela, al desnudar al texto de su antiguo y bellamente difícil esplendor…La ‘pátina de siglos’ acumulada en los edificios parisinos impedía apreciar el color de las piedras, el entorno de gárgolas y estatuas, fachadas y puertas; la operación de ‘rejuvenecimiento’ permitió el retorno a su ser, al tiempo en que fueron creadas.
En palabras actuales, del mismísimo texto de Cervantes: “… me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las oscurecen y no se ven con la lisura y tez de la haz, y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel”.
Nada se aplica mejor a lo hecho por los traductores que ‘actualizan’ el texto cervantino. La traducción del español cervantino al ‘español actual’ asume que 400 años de vida y de camino han vuelto aquel incomprensible; que somos incapaces, hoy, de entender y gustar, sí, sobre todo de gustar y gozar del incomparable sabor de la lengua del Quijote. Pero no hay lector decidido y sincero que se acerque al Quijote, que no pueda entenderlo; el tropezar con una que otra palabra o expresión anticuadas es incentivo y estímulo que permiten saborear tiempo y espacio cervantinos, tal como las especias contribuyen a resaltar el sabor profundo de los alimentos… Las buenas ediciones de El ingenioso hidalgo vienen enriquecidas por notas a pie de página, explicaciones y detalles históricos que enriquecen más, si cabe, nuestro afán lector, y nos permiten repetir y gozar de la lectura de este libro sin par, tal y como es. Sin el incentivo del pasado, presente en su lengua, el Quijote pierde su sustancia.
A Borges se le ocurrió dar existencia a otro autor del Quijote, Pierre Menard que, 300 años después del primero, ‘no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino ‘el Quijote’… “Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes”.
La buena voluntad del traductor, si existe, paraliza, en este caso, el talento del lector: reduce el mínimo esfuerzo que exige la lectura y sugiere ‘haz el menor esfuerzo que puedas, que el facilismo sea el rey’.