El comunicador ético

Me atrajo su voz clara y firme, su tono respetuoso y digno, su rotunda y valiente manera de decir lo que quiere decir.

Escuchándolo entendí mejor lo que significa comunicar éticamente, hablar desde el otro, desde el prójimo, con actitud consecuente y propositiva.

Entendí los vacíos de nuestro debate sobre periodismo militante o independiente o privado o público o de izquierda o de derecha, porque en nuestra incapacidad de comprender al otro nos estancamos en la pretensión de erigirnos en voceros de la libertad o en pensadores de la supuesta revolución.

Escucharlo se fue convirtiendo en necesidad, en pan cotidiano, en una suerte de espejo, de conciencia, de voz interior.

Al tiempo que me nutrían sus invocaciones y pensamientos, fueron abriéndose algunas fisuras en el escepticismo que pacientemente he cultivado como escudo contra los desencantos y las desesperanzas.

Un domingo mis familiares fueron a misa y volvieron revestidos de una sensación especial. Contaban que hacía mucho que no participaban de un ritual en el que, más allá de lo formal y convencional, realmente se sintieran parte de una comunidad viva, protagonistas de una ceremonia que reforzara su religiosidad, actores de una reflexión colectiva sustancial, no repetitiva ni monótona.

Por fin habían visto el rostro, las manos, la mirada, la intensa convicción de un sacerdote cuyo mensaje sacude y conmueve.

Y era él mismo, aquel de la voz clara y firme, digna e inteligente, rotunda. El mismo que en cada idea expresa su profunda fe, su clamor solidario, sus tesis y planteamientos donde el concepto ‘Dios’ se convierte en actos concretos de amor humano.

No pude ir a escucharlo y semanas después los mensajes radiales empezaban a repetirse. Ya no estaba en Quito. Lo habían nombrado obispo de Loja.

Volví a saber de él cuando a finales de mayo de 2009 apareció su columna en EL COMERCIO.

Por fin, hace poco, estuve en la capital lojana y pude verlo. En la ceremonia de cambio de mando en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) se puso frente al micrófono y habló.

Desde su potente pedagogía cristiana el padre Julio, ahora monseñor Parrilla, reflexionó que en el momento que vive el país urge una sociedad crítica y deliberante, una educación que siembre claridad, rigor, pensamiento, un amor a la libertad por sobre nuestra propia libertad, una advertencia a los políticos para que no intenten impedirnos pensar porque no estamos dispuestos a renunciar a pensar.

Es la palabra ejemplar de un comunicador ético.

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