Según los economistas de los años 50 en Estados Unidos, la construcción del moderno ciudadano estaba basada en el consumo ilimitado de bienes de corta duración. Ahora estamos conscientes de que la voracidad de consumir no solo que ha afectado las relaciones humanas, sino al medio natural que reconocemos como limitado. Para ello se hace necesario optar entre seguir produciendo y consumiendo residuos y hacer del mundo un basurero insostenible, o producir y consumir nutrientes que literalmente fertilicen el medio, natural y simbólicamente.
La economía de crecimiento propuesta por los años 30 por Bernard London para enfrentar la crisis provocada por la caída bursátil neoyorquina de 1929 y reactivar la economía mundial a través de la creación de productos frágiles de corta duración, inventó un nuevo consumidor. Entonces fuimos seducidos por la tesis de Brooks Stevens llamada Obsolescencia Programada en la que productos bien diseñados, de corta duración y gran publicidad, debían crear en poco tiempo insatisfacción y llevar al consumidor a creer que en la renovación permanente de objetos se encontraba su libertad y felicidad. Así, por citar un ejemplo, el foco o bombilla de Livermoore, de 2 500 horas útiles, no se vendería más. El denominado Cartel Pheobus, controló la producción de bombillas que duren menos de 1 500 horas. Paralelamente el crédito ofrecido por la banca e instituciones financieras aseguró ficticiamente que el consumidor podría pagar cualquier deuda en el melodrama de la conquista del mercado. Las tarjetas de crédito se convirtieron en herramientas eficaces.
En reacción, el francés Serge Latourge se convirtió en uno de los críticos más acérrimos de esta tesis de crecimiento y consumo ilimitado. Este modelo está llegando a su fin; el colapso de la economía mundial y de mercados seguros como EE.UU. o Inglaterra se evidencia en lugares como Grecia, España o Irlanda. Los primeros culpan a los segundos de la crisis, haciéndose de la vista gorda ante su propio fracaso. Los hijos que alguna vez supieron dónde y qué estudiar con el fin de lograr nicho seguro en el mercado laboral, son hoy los ‘indignados’ de Madrid o Nueva York; otros se adhieren a movimientos como la permacultura: significa “reducir”, vivir con lo que no ponga en riesgo al planeta, consumir lo necesario, reciclar, no tirar y comprar. Llegó el momento no de crecer sino decrecer, hacer una reingeniería de la producción, recrear un círculo virtuoso, reducir la sobreproducción e hiperconsumo. Así, reconozco el impacto que tuvo en mí, como en miles de personas más, un video en You Tube cuyo título tomé prestado para este artículo.