¿Cuántos muertos se espera; cuántos desaparecidos más se debe contar; hasta cuántos detenidos sin seguir el debido proceso y torturados en las cárceles se debe llegar para que la comunidad sudamericana reaccione ante la crisis venezolana? ¿Qué aguardan los cancilleres de Unasur para adoptar una postura coherente con la defensa de los derechos humanos? La verdad es que el organismo regional demoró más de un mes para emitir un tibio comunicado sobre lo que hoy ocurre en Venezuela. Pero tan grave como en su demora ha sido que en el mismo, en vez de expresar su rechazo por la masiva violación a las libertades y derechos fundamentales de miles de venezolanos, los cancilleres de Unasur deploren la violencia en general, sin hacer la más ligera mención a que aquella principalmente se origina desde el propio Estado y sus órganos represivos. En su vacuidad, el comunicado incluso sugiere que son los ciudadanos que protestan, los demócratas venezolanos que luchan por su libertad, los responsables de la “violencia”; como si su derecho a levantar la voz fuera la causa del problema. Ante ello, Unasur ha formado una comisión; sí una comisión, que en perspectiva de lo anterior solo pareciera encaminarse a un objetivo: legitimar la represión del gobierno de Maduro y ahogar la legitimidad de la protesta social.
Con brillantes excepciones como las de Chile y Panamá (en el ámbito hemisférico), el silencio de unos gobiernos y la complicidad de otros, ha marcado la reacción continental ante la crisis venezolana. Vergonzosamente para nosotros, la postura del Gobierno ecuatoriano cae en el segundo grupo. Y no es la primera vez. Constituye ya una línea de la política exterior del país avalar regímenes represivos si es que estos concuerdan con la postura ideológica del Gobierno. Eso le ha llevado al Canciller ecuatoriano a adoptar posturas impresentables en situaciones tan graves como las de Siria o Libia, o, sin empacho, a estrechar lazos diplomáticos y políticos, con regímenes autoritarios como los de Irán de Ahmadineyad o Bielorrusia de Lukashenko. Pero lo de Venezuela nos duele más. Nos duele por la cercanía y por la hermandad que nos une. Nos duele porque el chavismo y el correísmo, no obstante sus diferencias, son proyectos similares, tatuados con el mismo sello de abuso de poder, polarización, intolerancia y demagogia populista; nos duele porque en la lucha de los demócratas venezolanos vemos reflejada en alguna medida la situación ecuatoriana.
Desde el retorno democrático, la Doctrina Roldós ha sido línea permanente de la política exterior del Ecuador; sobre su base nuestra Cancillería promovió en el continente la defensa de los derechos humanos como principio ineludible de convivencia hemisférica. Hoy la política exterior del Gobierno contradice la tradición y la confunde con la defensa a sus compadres ideológicos. ¿Cuántos muertos más se espera en Venezuela para reaccionar con contundencia? ¿Se pretende hacer de Unasur un club de amigos para guardarse las espaldas?