Cómplices y encubridores. Grave, pero real, el líder pierde su mando, los demás se protegen a como dé lugar. Ya no son equipo ni se complementan. Encerrados en su mundo, su fantasía millonaria, en un abrir y cerrar de ojos, gracias a quienes confiaron en ellos, se obscurece, pierde luminosidad y entran en un grisáceo territorio de desesperación. Escuchan, ven, por primera vez, los ruidos externos. Los del banco contrario, se preparan, cierran el círculo. Los rehenes, ignorantes, tiemblan del miedo y, aunque quisieran desatarse y sacarse el sucio trapo que los mantiene en silencio, no encuentran la fuerza para hacerlo, son presos del miedo ante el futuro. Así, trascurre un robo de banco en las películas de Hollywood. Las clásicos atracos, muestran que, internamente y por la presión, el stress de la situación, entre los cómplices y encubridores, se desata la duda. Entre ellos, se amenazan, culpan y apuntan pistolas. En sus mentes internalizan la realidad de que alguien tiene que salvarse, ya no hay confianza, ni fidelidad al líder; el más sapo comienza a idear un plan.
El plan, cuidadosamente creado para engañar a todos, creativo para llevarse el tesoro del pueblo que confió, no funcionará. Se les prendió el foco hace rato, decidieron copiar la receta del robo de los vecinos que comparten sus ambiciones. Tarde, descubrieron que el plan es imperfecto y tiene fecha de caducidad. Uno tras otro, se van, caen, los persiguen, encarcelan y terminan encerrados en su fantasioso robo, sólo que detrás de barras. La copia de algo que vieron y cuyo plan recibieron para copiar, no salió tan bien.
Cuando la verdad aparece ante sus ojos, descubren que el vocero utilizado no es útil, no creó tanta conmiseración como calcularon, resultó ser nulo en el uso de la palabra. Entre ellos, el tono de voz sube, los creadores del plan se enfrentan a sus cómplices y encubridores, tan en riesgo como ellos, alguien tiene que salvar su pellejo. ¿Quién se salvará? ¿Quién aprieta el gatillo primero y demuestra más astucia? El equipo se desintegra, desmorona, lentamente, inevitablemente. Uno o más hacen la movida correcta, aceptan la realidad y se entregan. Creen que ellos, por ser los primeros, se salvarán de la justicia, pero sólo será temporal, caerán, se hundirán también, de santos no tienen un pelo. Su astucia les ganó un puesto, su voz se escuchó por doquier, los medios sociales, los únicos que aún guardan algo parecido a la libertad de expresión, se llenan de noticias. El “líder”, trata de negarlo y destruir la información con sus clásicas salidas, pero aparecen más cómplices que quieren lavar sus mugres manos y, queda perdedor.
La desesperación que se siente en el ambiente justo antes del momento clave en el que se acaba la fantasía, es desastrosa, llegó el momento, la realidad aparece bruscamente cuando se detienen los segundos y actúan los rehenes de diez horas, eternas, que parecen llegar a su fin. Está en nuestras manos, ser astutos.