Algunas generaciones de ecuatorianos crecimos queriendo a México. No sé si las películas de la época de oro del cine mexicano con Cantinflas a la cabeza; los boleros de Los Panchos, las rancheras de Xavier Solís, Pedro Infante o José Alfredo Jiménez; o las radionovelas de Chucho el Roto y Porfirio Cadena, infiltraron su cultura en la nuestra. La verdad es que veíamos a México como al hermano mayor, quien además creaba oportunidades para que nuestros artistas, como Ernesto Albán y otros, filmen en Ecuador, junto a estrellas juveniles mexicanas de la generación de Enrique Guzmán o Julio Alemán.
México fue siempre un país querido. A veces compitiendo en afectividad con nuestros hermanos vecinos, con Colombia y por supuesto con el Perú, con quien teníamos una bronca vieja por la trágica historia de límites profundizada por la guerra del 41.
En la historia contemporánea la influencia mexicana ha bajado, sin embargo, el afecto se mantiene. Será por eso que defrauda algunas actitudes que recibimos de aquel hermano mayor. Aunque ha mejorado el servicio en relación a años anteriores, todavía es un calvario el trámite para sacar la visa mexicana: citas complicadas, pedido de cuentas corrientes, escrituras, certificaciones de empleo con altos ingresos, etc., todo esto para validar un viaje, que en el caso del turismo, es para dejar nuestra plata en ese hermoso país.
Si tiene la fortuna de conseguir la visa, se sube al avión y al llegar a México le espera un recibimiento desagradable. Los altavoces anuncian que las maletas de los viajeros que llegan de Quito serán revisadas de manera exhaustiva con “la probable consecuencia de demora adicional de una hora para salir del aeropuerto”. Mientras tanto, los viajeros de otros vuelos y países que llegan en ese mismo momento no son sometidos a tal chequeo, que recuerda la humillante situación de los colombianos durante décadas en todos los aeropuertos del mundo.
Pero el tema se agrava si eres joven y tienes pelo largo. Eres un potencial narcotraficante o migrante a los Estados Unidos. De nada valió el tortuoso filtro en el Consulado en Quito para sacar la visa. En el aeropuerto mexicano te llevan a un cuarto y te interrogan por más de una hora sobre toda tu vida. Y si sales a viajar por el país, los policías y militares te bajan del bus a interrogarte solo por el hecho de ser ecuatoriano. Sin embargo, en las calles, la actitud contigo es acogedora y calurosa de parte de los mexicanos comunes y corrientes.
Todo Estado debe controlar y cuidar sus intereses, pero controlar no significa ahuyentar. Las relaciones entre países deben basarse en respeto mutuo y reciprocidad. No sé cuáles son las condiciones que rodean el ingreso de los mexicanos al Ecuador. Supongo que lo hacemos con cordialidad para que se sientan bien y regresen.
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