Como estaba casi anunciado, el caudillo populista Donald Trump, empezó a acelerar sus fechorías por el mundo. Ecuador ha estado justamente distraído en otras cosas, mientras tanto, Estados Unidos al mando de Trump ha roto en pocas semanas no solo con el acuerdo de paz con Irán, uno de los principales legados de Barak Obama, sino con las pocas expectativas del proceso de desarme nuclear para Corea del Norte. No nos engañemos. Las conversaciones, la supuesta cumbre, los juegos de guerra… Todo es una meticulosa puesta en escena para consagrar la aceptación de su base de cara a las elecciones de este noviembre y poder decir que ha cumplido su palabra. Pero su mezcla de ignorante perversidad va mucho más allá y está dispuesta a dinamitar los pilares sobre los cuales se levantaba el acuerdo de paz de la posguerra: cooperación económica y comercial y, por supuesto, la Alianza Atlántica.
¡Putin nunca hubiera soñado alcanzar tantos sueños en tan poco tiempo! Pero ése es el trasfondo de la guerra comercial que Trump acaba de empezar con la lista de barreras arancelarias a las más sensibles exportaciones –como acero y aluminio- a sus aliados más cercanos: Canadá, la Unión Europea y México. Como bien señaló Catherine Rampell en el Washington Post, encima lo hizo mal. Si quería volver al mercantilismo del siglo XVII, al menos hubiera castigado bienes de consumo final y artículos de lujo, pero sus aranceles sólo encarecen manufacturas y vuelve un desastre la creación de grandes clusters globales que compañías estadounidenses habían tardado tanto en crear. En este momento de la historia de la humanidad, la guerra comercial desatada por la decisión Smoot-Hawley de 1 930 tendrá serias consecuencias para todos en el planeta.
Los principales afectados en América Latina son México, Colombia y Chile. La estrategia de Trump es lograr que México y Canadá den su brazo a torcer y acepten la cláusula de cierre que los obliga a reabrir y reafirmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cada cinco años. Esperemos que no cedan. Si eso ocurre, abrirán una caja de pandora para un permanente chantaje comercial mientras Trump permanezca en la presidencia.
De vuelta al Ecuador, vaya momento que escogió el Ministro de Comercio Pablo Campana para anunciar la entrada en la Alianza del Pacífico. En medio de esta guerra que se avecina, la noticia es más que bienvenida… hecha en la forma correcta.
No puede el país hipotecar más su credibilidad y hacer estos anuncios sin el acompañamiento del Presidente y el/la Canciller para darle solemnidad.
No pueden hacerlo sin al tiempo cumplir las formalidades dentro de los lineamientos de asociación que exige la Alianza y, por supuesto, con la presencia de al menos uno de sus representantes. La informalidad del Ecuador en el contexto internacional es ya demasiado proverbial como para poner más méritos a la lista.