Nueva York fue durante más de 20 años una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos. Pero el círculo del crimen por fin empezó a ceder cuando coincidieron varios factores y se trabajó de manera sostenida.
Lo primero es que el índice de desempleo cayó un 25% entre 1990 y 1999 y, paralelamente, el robo retrocedió en un 55%. También se detectó una coincidencia entre el aumento del salario mínimo con la reducción de los asaltos. Pero las autoridades no se sostuvieron únicamente en las condiciones macroeconómicas más favorables sino que además robustecieron considerablemente al cuerpo policial y emprendieron controles aleatorios en áreas de alta criminalidad. Se invirtió en tecnología para nutrir las bases de datos y aumentaron las detenciones. Para 1999 la tasa de homicidios había caído 73% comparado con 1990.
Una historia más reciente de lucha contra el crimen está en El Salvador. El presidente Bukele es cuestionado por su particular estilo para leer la democracia pero su popularidad supera el 70% porque logró reducir los crímenes violentos.
El Salvador estuvo por varios años en la lista de países más peligrosos del mundo por el alto número de asesinatos en manos de las pandillas callejeras, pero en 2021 se reportó la tasa de homicidios más baja de este milenio. En 2015 se registraron 5.656 asesinatos versus los 1.140 del año pasado.
En julio Bukele duplicó la dotación de militares en las calles (40.000 efectivos) a pesar de las quejas de activistas y juristas. Los organismos de derechos humanos critican además la mano dura que existe en las cárceles y la severidad de las sentencias (hasta con 50 años de prisión por homicidio agravado con penas acumulativas).
Quizás hay factores positivos que tomar de El Salvador y Nueva York, pero sea cual fuere la estrategia el esfuerzo de Ecuador debe ser sostenido y sostenible. Si los cambios son solamente cosméticos y no integrales, habremos empujado al país a un abismo de anarquía y caos.