Cuando era pequeño vi a un compañero de clase convulsionar. Me quedé pasmado ante la violencia del ataque. No sabía qué hacer, ni siquiera sabía qué pensar. El cuerpo parecía estar tirado simultáneamente por varias fuerzas contrarias, parecía que se partía. El episodio me quedó grabado en la mente como un hecho misterioso, luego cuando fui aprendiendo descubrí que no era mágico y que con una buena lectura de las condiciones de mi compañero incluso era previsible.
Durante diez años, ¡diez años!, un irresponsable narcisista fue alimentando las tensiones en el país. Cada sábado, y entre semana con una avalancha de propaganda, se nos cantaban letanías sobre los atroces monstruos que nos habían victimizado, que habían explotado y pisoteado a los ecuatorianos. ¡El FMI! Y los entreguistas, vendepatrias, que habían pactado con el diablo. ¡Los de siempre y la partidocracia! ¡Los pelucones! ¡La izquierda infantil! ¡Los capitalistas y neoliberales!
Lanzó un juego macabro, peor que cualquier olla de presión.
Primero el fuego. De manera sistemática el innombrable fue haciendo taxativamente aquello que condenaba. El más entreguista; nunca el país se había entregado en esos montos a una potencia extranjera. El más partidócrata. El más pelucón, el que necesitaba dos aviones y quien auspiciaba que sus subordinados muestren sus casas en revistas de lujo. El mayor izquierdista infantil, que le cantaba al ‘Che’ Guevara, para luego instaurar lo peor del capitalismo – el capitalismo de compadres – que beneficia suculentamente a los empresarios aliados, aquellos que le ayudaban con las coimas.
Luego la tapa. Cada vez que alguien necesitaba quejarse, el aparato opresor lo callaba, lo silenciaba, escondiendo la presión debajo de la alfombra. La Senain. Los antimotines. Y si esa tapa no fuera suficiente, allí donde la gente se quería manifestar, organizaba una marcha, orgullosa, festiva, que le celebraba los derrapes y se burlaba de los indignados. ¿Acaso ustedes pensaban que a la gente se le fue la bronca por las irregularidades de las elecciones? ¿La tensión se disipó en el asfalto al frente del CNE, o se nos quedó atragantada en el cogote?
Y, a otros les mintieron tanto, tanto, tanto, que se lo creyeron. Ellos tienen en cambio sembrado en el pecho el sentimiento de traición. De propaganda mentirosa, de un discurso electoral falso, de un voto engañado.
Ponga todo en la coctelera y agite vigorosamente.
Me he quedado pasmado ante la violencia del ataque, sin saber qué hacer, ni siquiera qué pensar. El cuerpo parece estar tirado simultáneamente por varias fuerzas contrarias, como partiéndose. Pero se descubre que no es un fenómeno misterioso ni mágico, incluso era previsible.