Mañana serán dos años de que la tierra tembló con furia y mató a 663 personas en Manabí y Esmeraldas, además de dañar la infraestructura y los edificios de las dos provincias.
Luego del terremoto llegó el horror de descubrir la escala de la destrucción pero inmediatamente después vino una ola de generosidad de los ecuatorianos menos afectados hacia los más afectados. De golpe, todo el país donaba para los damnificados del sismo.
Fue un momento mágico en que se vio lo mejor de los ecuatorianos y su enorme generosidad. El país estaba en crisis (el PIB se había contraído en 4% en el trimestre anterior) y el terremoto como que se sumaba a las desgracias económicas, haciendo más negro aún el panorama.
El sacudón fue un sábado por la noche, pero para el mediodía del domingo ya se instalaron múltiples puntos de recolección de ayuda y espontáneamente armaron sistemas para transportar esas donaciones a las zonas afectadas.
Un país en una seria crisis económica sacaba fuerzas de donde no las había para ayudar a los compatriotas en problemas. Las cosas recordaban al milagro de los panes y los peces, cuando de canastos vacíos salió suficiente comida para alimentar una multitud.
Pero llegaron los chicos malos, esos geniales estrategas políticos capaces de aprovecharse hasta de una desgracia de ese tamaño, capaces de sacar réditos políticos de la muerte y de la destrucción. Por eso, el gobierno no sólo que monopolizó la ayuda, sino que creó una serie de nuevos impuestos aduciendo que tenía que enfrentar más gastos de los previstos.
Pero la razón real de los nuevos impuestos no fue el terremoto sino la pésima situación fiscal antes del sismo. En marzo de 2016, el presupuesto general del Estado tuvo un enorme déficit de USD 481 millones (sólo en ese mes) y el gobierno estaba extremadamente apretado de plata, algo que se puede ver en el saldo en la cuenta corriente del gobierno (los “Depósitos del Tesoro Nacional”) que en el segundo viernes de abril 2016 llegó a la bajísima suma de USD 112 millones.
O sea, estamos hablando de un gobierno con egresos mensuales de unos USD 3.000 millones y que sólo tenía 112 en su cuenta. Por lo tanto, ya antes de que la tierra se pusiera a temblar, la situación era insostenible y el gobierno estaba “chiro”. Pero usó (muy hábilmente) la muerte y la destrucción en Manabí y Esmeraldas para justificar dos reformas tributarias que redujeron, aunque sea parcialmente, su extrema escasez de recursos. Y de esa manera, la generosidad espontanea, eso que pudo parecer un milagro, se estatizó.
Claro que ninguna de esas medidas hubiera sido necesaria si no se hubieran feriado la plata del boom petrolero los 9 años anteriores, pero eso es harina de otro costal.