Pablo Cuvi

La Tri o la Peni

Un país aterrado por lo que sucede en la Penitenciaría del Litoral, donde matan y mueren presos provenientes, en su gran mayoría, de los estratos más pobres y marginales. Al mismo tiempo, un país alborozado por lo que viene logrando en las canchas de fútbol un grupo de muchachos, en su gran mayoría afrodescendientes, en su gran mayoría provenientes de los estratos más humildes de la sociedad.

Ante esa paradoja, cabe preguntar de qué dependen destinos tan opuestos y cuántos de esos jóvenes delincuentes atrapados hoy en el torbellino de la sangre y la violencia habrán soñado en su infancia convertirse en estrellas del balompié y escapar así de la miseria, la falta de educación y de empleo, la imposibilidad de un futuro mejor.

Se entiende que no todos pueden ser grandes jugadores ni exitosos cantantes de reguetón. Hay que tener un talento innato, pero también cuenta el esfuerzo en esas condiciones sociales tan adversas, la decisión y las ganas de salir adelante pues muchos de los que sí pudieron haber sido buenos jugadores se dejaron llevar por la marea de la droga y el delito.

Contaba el famoso futbolista Carlos Tevez, oriundo de Fuerte Apache, un barrio duro de Buenos Aires, que los muchachos de su edad, o estaban muertos o estaban presos. Igual que su padre y su hermano. “Yo elegí tratar de ser mejor”, dice en la serie de Netflix. Así, el dolor y el resentimiento social se transforman en ataques, disparos y goles en esa metáfora de la lucha por la vida que es el fútbol. Y los pobres y los negros son los mejores, más allá de su biotipo, “porque la miseria forma mucho más que la riqueza”, como dice Jorge Valdano, campeón mundial del 86.

Pero en este Ecuador desgarrado por mafias políticas que extorsionan a un Estado en quiebra, el ejemplo de la Tri es importantísimo. Porque no se trata solamente de la superación individual de un destino paupérrimo sino de la integración en un proyecto colectivo guiados por un Alfaro, vaya casualidad, que ha llevado a cabo el recambio generacional pero que, hasta la victoria sobre Chile, era blanco de críticas venenosas a pesar de haber sostenido que está preparando la selección del futuro.

Lo que impresiona como siempre es la identificación absoluta de tantos ecuatorianos, en especial, de los más humildes con su selección. “Nos comimos cuatro goles, pero le ganamos a Chile”, declara un señor del suburbio puesto la camiseta amarilla acrílica y una gorra gastada. “¡Ganamos, sí se pudo!”, insiste otro y ese plural lo redime de las derrotas individuales.

No, no es el opio actual de los pueblos sino su pegamento: nada hay que nos identifique con más pasión que la selección; ni siquiera el himno, que es antiespañol y apocalíptico. Si la Peni es el espejo de nuestro lado más oscuro, la Tri es el reflejo luminoso y alegre de lo que podemos ser.

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