He sido de los primeros entre los sorprendidos del método de gobernar de Lenín Moreno. Para todo, economía incluida, la convocatoria a dialogar. Dialogar y dialogar. Daba la impresión que se había descubierto la piedra filosofal para gobernar un país desvertebrado “de finanzas públicas débilmente sostenibles”. Como que a los gobernantes ecuatorianos anteriores a Lenín Moreno o les había faltado un aminoácido esencial en su alimentación o por esos destinos crueles carecían del gen llamado a comprender las causas que a una sociedad le mantienen en conflicto permanente. Dialogar, eh ahí el aminoácido del que carecíamos: dialogar, eh ahí, el gen que lo teníamos atrofiado.
El 2 del este mes los medios daban cuenta que con la premisa de que “es necesario corregir graves errores de la economía”, el Presidente, entre otras medidas había resuelto eliminar el subsidio de las gasolinas extra y ecopaís, y el diésel, una vez que beneficiaba a quienes o no lo necesitaban o vivían del contrabando. Muy bien, así se yugulaba una de nuestras venas abiertas, pensé yo. Y como todo se decidía diálogos de por medio, en corto tiempo se demostraría que se podía corregir los graves errores de nuestra economía.
Lo que vino después de pocos días fue la demostración de que el Presidente Moreno se había quedado sin tener con quien dialogar. Todos a una en contra de las medidas que pretendían corregir graves errores de la economía y que contaban además con la bendición del Fondo Monetario Internacional y de la mayoría silenciosa de nuestro país.
Eso de todos debo aclararlo: todos los que pretendían desestabilizarle al país, contaban con los recursos que se requieren para comprar voluntades y dirigieron las movilizaciones con profesionalismo (debieron venir expertos extranjeros). Todo en orden y de manera escalonada: transportistas, taxistas, indígenas y a río revuelto terroristas bien entrenados (los que incendiaron la Contraloría) En eso de todos: Nebot, y su guerreros que se toparon con que los ciudadanos guayaquileños lo único que querían era vivir en paz. Y algunos líderes políticos oportunistas en su ciego afán de hacerse de votos para las próximas elecciones presidenciales.
En cuanto a los indígenas (los que visten como indios, definición de Pío Jaramillo Alvarado) los más de Cotopaxi. Tal parece que otavalos y saraguros se mantuvieron distantes. Los que se movilizaron, pocos más bien dentro del contexto poblacional ecuatoriano.
Cuantiosos, eso sí, los daños producidos. Nuestro país golpeado y desconcertado. El último acto de este drama: el presidente Moreno y sus ministros en diálogo con los dirigentes indígenas, ¡luego de que fue derogado el Decreto 883! Lo desconcertante es que no se dialogue también con las otras fuerzas productivas del país.