Ecuador es un país marcado por la cordillera. Ese muro hace posible que en los valles serranos la cultura campesina y la del caballo gire en torno a la figura del chagra, jinete de páramo y altura, y que en las llanuras cálidas, próximas al Pacífico, el hombre de a caballo sea el montubio, personaje de las tierras bajas, mestizo que ha creado un singular modo de practicar la doma, el jineteo y el manejo de la cabalgadura.
Chagras y montubios viven separados por la gran masa de las montañas, pero desde siempre han estado unidos por las aficiones, compartiendo ese fondo común que es el hilo argumental de tantos personajes de América: la cultura del caballo y los aperos. Los dos son expresiones auténticas de la identidad campesina, versiones humanas del país rural.
El montubio está radicado en la cuenca del Guayas. En sus poblaciones y haciendas prosperó la cultura montubia en torno al Día de la Raza.
El 12 de octubre es la culminación de cabalgatas, desfiles y rodeos.
Es una fiesta mestiza que conmemora el descubrimiento de América. Interesante reafirmación de raíz histórica, en tiempos de negación y de complejos disfrazados de sociología.
La escritora guayaquileña Jenny Estrada describe así las suertes del rodeo montubio: “Cumplido el protocolo de organización por parte del patrón u organizador de la fiesta, los equipos desfilan presididos por sus madrinas y se procede a la elección de la reina… Y empiezan los jinetes a lucirse en el caracoleo, haciendo las figuras de giros: giro en redondo, jineteo con espuelas y parada del animal en dos patas. Vuelta, aplausos y ¡el que sigue! Luego sueltan los toretes para la pialada, suerte que se ejecuta pasando el lazo de la beta por debajo de las patas delanteras del animal, mientras se mantiene el otro extremo tenso en el bramadero.
Los diestros suelen pialar con los dedos de los pies, acostados y con los ojos vendados, siendo muchas veces las mujeres montubias quienes reciben los mayores aplausos por la elegancia y el arrojo con que intervienen, especialmente pialando potros con el pie, suerte llamada la tumbada del macho”.
El rodeo montubio convoca a cantores campesinos que entonan “amorfinos” y “contrapuntos”, expresiones sencillas de la fiesta campera de jinetes y caballos.
Pero lo que en materia ecuestre distingue a esta singular versión del rodeo es la “pialada” con los dedos de los pies, que sustituyen a la mano del laceador, práctica única en América.
Asistimos a la reivindicación del montubio. Así interpreto yo el eco que ahora tienen los lucimientos en cabalgatas y rodeos, donde el chispeo de aperos y de espuelas marca la presencia del paso y del garbo de los caballos, que son como el punteo de la guitarra: asunto de orgullo y sentimiento.