En la provincia canadiense de British Columbia, China realizó inversiones importantes en minas. La expectativa del gobierno provincial era no sólo crear empleo no calificado, sino también generar cadenas de valor agregado y desarrollo en la zona. Todo terminó siendo una mina, pero de problemas. Los pocos que fueron contratados se quejaban de maltrato, despidos sin justificación ni excusas; la empresa china no compraba local y hasta importaba sus fideos. No hubo cadenas de valor o desarrollo local ni en sueños. Ni siquiera emplearon buena tecnología. Y un día, la empresa china amenazó con irse y dejar el sitio abandonado a menos que el Gobierno le deje “importar” trabajadores chinos que no dan problemas y los hace más rentables. La estrategia de no revelar planes de inversión o necesidades laborales estaba clara: toda la rentabilidad quedaría solo en manos chinas. El Gobierno no ha cedido a las presiones, pero se trata de un país que tiene con qué defenderse. En África, les ha ido mucho peor, las empresas chinas –de cualquier tipo- tienen la garantía de los gobiernos de que no habrá controles ni demandas. Y ellos imponen las reglas en todo: trabajo, inversiones y hasta compras públicas y privadas. Todo a cambio de un constante y predecible flujo de dinero al Gobierno, ya sea en utilidades o créditos atados. Sus prácticas son estándar en todas partes y todo está ya bien documentado.
De vuelta al Ecuador, lo increíble es que altos funcionarios del Gobierno que leyeron “Pateando la Escalera del Desarrollo” de Ha-Joon Chang no hayan entendido el mensaje. China es hoy, el Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX o la Inglaterra de fines del siglo XIX. Un gigante de hierro que provee créditos e impone condiciones, por más increíbles que estas parezcan. Un gigante que sí aprendió las lecciones de la historia sobre lo que hicieron las potencias imperialistas de Occidente, y está aplicando la receta parte por parte para obtener similares resultados. Y cuando Xi Jinping insiste en que América Latina y China “son economías complementarias” –es decir ellos producen los bienes industrializados y nosotros las materias primas y los postres- hasta les aplaudieron agradecidos.
Así que cuando le digan que el viaje a China fue exitoso y que se anuncian más créditos por 5 700 millones de dólares, además de los cerca de 12 000 millones que ya les debemos, imposible no tener escalofríos en la espalda.
El desarrollo autónomo que tanto soñó el Ecuador desde hace décadas dependía de una simple estrategia: no concentrar todas las apuestas en una sola canasta.
Diversificar socios, inversores, en especial prestamistas porque siempre fueron la fuente principal de cualquier dependencia.
Si seguimos así, un día vamos a extrañar a los inversores occidentales, si acaso por el sencillo consuelo de que a ellos al menos era posible demandarlos.