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Me van a perdonar que vaya a contracorriente pero el que marchemos los ecuatorianos vestidos de blanco diciendo que somos amantes de la paz y que la guerra del narcotráfico es un problema de Colombia no ayuda a enfocar bien el asunto. Hace muchos años que el tráfico de drogas es también un problema del Ecuador, tanto así que Pancho Huerta llegó a advertir que se estaba constituyendo aquí un narcoestado.
Si algo de positivo ha tenido el brutal estallido de la violencia en la frontera norte es que ha destapado por fin un conflicto que permanecía camuflado en la selva desde los años 80, y del que, salvo algunos aspavientos y reclamos, todos los gobiernos de esta ‘isla de paz’ se hicieron los desentendidos. Peor aun: durante el gobierno de Uribe, Colombia acusó al Ecuador no solo de ser permisivo sino hospitalario con la narcoguerrilla de las FARC. Por ello, violando nuestra soberanía, bombardeó el campamento vacacional que tenía Raúl Reyes en Angostura.
Hoy el país continúa sin una estrategia clara puesto que, movidos por la inseguridad, el anhelo de justicia o venganza y un discurso oficial ambiguo e imprudente, muchos apoyan la solución militar que tiene graves efectos colaterales. Con el fantasma de las guerras internas contra la subversión que lanzaban las dictaduras militares de los años 70, hay gente consciente que oye ‘mano dura’ y se pone a temblar. Para colmo, el Presidente adopta para las cámaras el papel de duro y ofrece eliminar a Guacho aunque todos sabemos que si llega a caer hay varios guachos listos para ocupar su puesto y su territorio.
Nadie discute la urgencia de poner al día a las fuerzas del orden para el combate contra la delincuencia, pero es muy peligroso asumir la mano dura como política de Estado. México es la prueba palpable de que la guerra militar abierta contra el narco conduce al fracaso y los muertos se cuentan por decenas de miles. En Ecuador las actividades del tráfico de drogas infectan ya al aparato del Estado, a la geografía costera, al sistema financiero y a diversos grupos sociales. Y no, eso no se arregla con tiros ni con la persecución policial de las dosis mínimas como exige la derecha criolla que tiene eco en esa masa que gusta de las medidas tajantes y milagrosas. (El año 2006 un 45% quería mano dura para arreglar el país. ¿Respuesta? Rafael Correa).
Frente a ese dilema catastrófico muchos analistas plantean desde hace rato la legalización de la droga como la única manera de disolver los carteles, cuyo caldo de cultivo es la ilegalidad del negocio. En esta línea se ubican, por ejemplo, Pablo Lucio Paredes, el colombiano Antonio Caballero y aquellos que apoyaron la legalización de la marihuana en Uruguay y varios estados de EE.UU. Esta es la hora de debatir el tema y quitar la base económica a la hidra del narcotráfico.