Con el coraje del caso, Barack Obama y Raúl Castro han acordado restablecer los vínculos diplomáticos entre los países que conducen.
La normalización de la relación bilateral es un reconocimiento de la falta de resultados de las sanciones dispuestas contra Cuba a partir de la crisis de los misiles, en 1962. El aislamiento no cumplió con su propósito de empujar a Cuba hacia la democratización y el respeto de los derechos humanos y libertades civiles y políticas de su pueblo.
El primer paso será el restablecimiento de relaciones diplomáticas, reabriendo rápidamente las embajadas en ambas capitales. El segundo: levantar las sanciones norteamericanas a Cuba, para lo cual se requiere la cooperación y la acción del Congreso de los Estados Unidos, hoy dominado por los republicanos, algunos de cuyos líderes han anunciado su total desacuerdo con la histórica decisión de Obama. No será tarea fácil, pero abrigamos la esperanza de que ocurra.
Con el levantamiento del anacrónico embargo es posible que el principal beneficiario inmediato sea el pueblo de Cuba. En particular, porque un objetivo de corto plazo pareciera ser permitirle el acceso a Internet, de modo de que pueda beneficiarse con la pluralidad de opiniones y la información disponible. De alguna manera, esto rompería el monopolio total de los medios que desde hace medio siglo mantiene el Régimen castrista, y permitiría al pueblo cubano superar la escasez de artículos de primera necesidad y medicamentos.
Para Raúl Castro, a los 83 años, esto puede suponer la confirmación del cambio de rumbo económico, dejando definitivamente atrás el modelo colectivista que ha fracasado, una y otra vez, en todo el mundo. Lo que hoy es una tímida apertura económica puede entonces transformarse en una política de crecimiento, que genere los empleos que Cuba necesita al tiempo en que su Régimen se empeña en reducir el empleo público recortando unos 300 000 puestos de trabajo.
Raúl Castro, cuyo mandato expira en 2018, tiene una oportunidad histórica de liderar una transición que Cuba necesita con urgencia. Particularmente, cuando la beneficencia venezolana está en serio riesgo, tanto por la abrupta caída de los precios de los hidrocarburos, como por la manifiesta ineptitud de Nicolás Maduro en conducir a su país.
Una reliquia de la Guerra Fría ha quedado atrás. Para todos los países de la región, el momento convoca a apoyar una tarea de deshielo demasiado demorada. Para ello, es necesario dejar a un costado la retórica estéril, los antagonismos ideológicos y los proverbiales resentimientos. Es hora de edificar un nuevo esquema regional de relaciones, a pesar de las diferencias ideológicas.
La apertura y el diálogo constructivo deben reemplazar al aislamiento y la hostilidad. Si ello se logra, los cambios que Cuba necesita imperiosamente podrían, paso a paso, comenzar a suceder. Esta es la esperanza que la normalización de relaciones anunciada alimenta.